Morelia, Mich. (OEM-Infomex).- Ruth Maldonado cerró las puertas de su casa el 17 de marzo y desde entonces sólo ha salido en un par de ocasiones para hacerse de víveres.
Más de un mes confinada la ha puesto al límite, tal vez no en lo económico, sino en aspectos emocionales, en la ansiedad que genera la claustrofobia, en la incertidumbre de no tener idea qué va a pasar en el futuro cuando se termine el fenómeno mundial conocido como Covid-19.
Previendo que la situación se pondría compleja, esta mujer que además de estudiante de posgrado es cantante, surtió la despensa como acostumbra en los inicios de quincena, pero agregó “un poco más de arroz, de frijol, de harina de maíz, no pensando tanto en nosotros, sino por si alguien realmente lo necesitaba, lo que terminó pasando con una conocida”.
El encierro lo comparte con su hija de 11 años y su hijo de 16, quienes tratan de mantenerse vigentes en las tareas, en los estudios, pues el regreso a clases presenciales parece algo muy lejano.
Su pareja tuvo que emigrar a otro estado por cuestiones laborales.
Estábamos muy quebrados económicamente, a él le bajaron el sueldo casi a la mitad
Añade.
Por fortuna, actualmente tiene una beca de posgrado en Conacyt, lo que la mantiene a flote, pero en el terreno artístico vio cortar dos conciertos que ya tenía asegurados y tampoco encuentra una fecha segura en la que pueda regresar a los escenarios.
Evidentemente el estar entre cuatro paredes y disciplinarse en nunca salir genera muchos ahorros; “al ser estudiante se gasta dinero en traslados, lo que ahora es un significativo recorte”.
Como se apuntaba, el daño colateral de este encerrón colectivo tiene consecuencias emocionales, psicológicas.
La segunda semana comencé con ansiedad, desesperación, incertidumbre… yo creo que estar sola con mis hijos me genera angustia, el no saber si mi pareja podrá regresar pronto, si conservará su empleo
A eso habrá que sumar las largas jornadas de insomnio, conciliar el sueño hasta las cuatro de la madrugada para despertar a las 8:00 y retomar el desayuno, poner a los hijos a tomar las clases, ella misma conectarse para los trabajos del posgrado y pensar en lo que resta del día.
Dice que no extraña tantas cosas de vivir afuera de casa, pero como lo apuntó su hijo, lo complicado es saber que no se debe salir, esa especie de prohibición tan prolongada que nunca habíamos experimentado como generación, ni siquiera en tiempos de la Influenza.
“Extraño mi rutina, la de andar en chinga todo el día, levantarme a las 5:30, llevar a los niños a la escuela, tomar el camión, hasta ir al gimnasio, algo que acababa de retomar y me hacía sentir tan bien. Por otro lado extraño mis momentos a solas, esa oportunidad donde no hay nadie más que tú. Mis hijos deben estar igual, han perdido los espacios con sus amigos”.
En esos días que se alargan como nunca antes, Ruth sí experimentó un aumento en el consumo de entretenimiento; demasiadas series y películas, más que antes, pero también muchas lecturas académicas.
Para finalizar, Ruth reconoce que tiene más dudas que certezas en cuanto a lo que viene, pero sospecha que muchas microempresas podrían quebrar, lo que se reflejará en más pobreza social.
“El estar encerrada, en una vida sedentaria obligada, me ha enfrentado a mis demonios, me ha puesto a pensar demasiado, me orilla a muchas dudas existenciales”, dice.