Morelia, Michoacán.- ¿Te gustan las leyendas que se cuentan en los pueblos indígenas? Pues te traemos una historia relacionada a la Isla de Yunuén, que se ubica en los alrededores del Lago de Pátzcuaro. Se trata de la princesa de la isla Yunuén, Hapunda.
Hapunda, la princesa de la isla Yunuén era una joven hermosa y muy agraciada por los dioses con el don de la gentileza desde su nacimiento. Esto pensaban los pobladores de la isla y sobre todo su familia, ya que se comportaban con respeto y con buenos modales.
Además, los animales de la isla y del lago se dejaban influir por la hermosura de la princesa Hapunda, pues con solo verla desde lejos para exhibir sus mejores cantos o sus adornados vuelos, si se trataba de aves o si saltaban los peces para mostrarle alegría.
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Ante la fama de esta joven, llegaron a oídos de unos guerreros de otro lugar, quienes decidieron dirigirse a Yunuén para hacerla prisionera y llevársela para casarla con su rey.
En una noche, mientras se emborrachaba en un pueblo del otro lado del lago, donde habían llegado en su camino hacia Yunuén, sometiendo a los pobladores y obligándolos entregar sus riquezas, hablaron abiertamente sobre las intenciones de ir a esa isla para apoderarse de la legendaria princesa y entregarla a su propio monarca.
Este suceso llegó a Hapunda por sus hermanos, quienes se habían disfrazado de pescadores para mezclarse con los soldados. Cuando el ejército invasor hizo su campamento para pasar la noche, los príncipes regresaron a su hogar y preocupados por la situación, decidieron contarlo a su hermana, y ella sintió que todo estaba perdido y que finalmente los soldados la encontrarían en cualquier lugar que se escondiera.
El ejército enemigo era muy grande y tenían vigilados todos los caminos de la región, pero solo había un lugar donde aún no era invadido que era el propio lago, pero no tardarían en hacerlo. Además, la isla era muy pequeña y tampoco había manera de esconderse.
Hapunda ni sus hermanos querían poner en riesgo a ninguna familia de los isleños, aunque sabían bien que, de pedírselo ellos, todos les ofrecerían gustosos sus casas para esconder a su querida princesa.
La princesa se encontraba muy triste, pero no quiso alarmar a sus hermanos y les pidió que se fueran a descansar. Esperó un poco a que todos se durmieran y sin hacer ningún ruido abandonó su palacio y se dirigió al lago, que era su novio, para contarle su pena.
Al llegar, la princesa le contó el motivo por el que lloraba, pues su novio se había dado cuenta de que sus lágrimas habían humedecido su bello rostro.
La princesa también le comentó la preocupación de que en unas horas los hombres despertarían de su borrachera y emprenderían camino hacia Yunuén para apresarla y llevársela lejos, a lo que el lago le dijo que no sucedería, pues los soldados aún necesitaban alimentarse y que no terminarían su labor hasta casi el mediodía.
El lago agitó sus aguas para salpicar a la joven para tranquilizarla y ella sonrió y le agradeció a él su alegría, sin embargo, no pudo dejar de pensar que si más tarde de ese día sería separada de su amado.
Ante eso, el lago nuevamente agitó sus aguas, pero no para jugar con Hapunda, sino para indicarle que estaba reflexionando con toda seriedad sobre la situación, y que era algo complicado. Al terminar de considerar las posibilidades del asunto, le dijo a su novia que tenía un plan, pero que no era del todo bueno.
Hapunda le comentó que lo respetaba y admiraba, pero también lo quería por su sabiduría, a lo que aceptó a cualquier idea que tuviera, a lo que el lago le dijo que cuando cayera la noche, se vistiera de blanco y espere a que salga la luna. Después abordar en una barca y remar hasta su centro para recibirla y así nadie pueda alejarlos.
Convencida de esta propuesta, la joven regresó a su casa para esperar el día siguiente. Cuando el padre Huriata, el Sol, desplegaba sus rayos, procedió a vestirse de blanco con el fin de conservar por siempre su luz. Luego esperó a que la noche supliera al día y que la luna mostrara el camino hasta el centro de las aguas.
Tal como se lo indicó su novio, el lago, abordó en una barca y remó hasta su centro. Una vez allí, se despidió de sus días anteriores y se tiró en busca del fondo.
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Los príncipes hermanos se dieron cuenta de su larga ausencia, y junto con los pobladores de la isla buscaron a Hapunda, pero nadie supo dónde encontrarla. Mientras que en el centro del lago, la princesa volvió a salir a la superficie, tan blanca como la misma luna, pero sus vestidos eran las hermosas plumas de una garza blanca.
Desde entonces, el Lago de Pátzcuaro protege a la princesa Hapunda, su novia, y ofrece los peces que ella necesita para alimentarse. La princesa vuela siempre por sobre las aguas de su novio para mostrarle su amor y su agradecimiento.
Los pobladores de Yunuén se enteraron de este hecho por la voz del viento, y saben que cuando en el lago no haya garzas, él habrá perdido a su novia, y escogerá secarse, enfermo de tristeza.