Morelia, Mich. (OEM-Infomex).- Terapéutico, íntimo, liberador, reflexivo, irónico y contrastante. El autorretrato, ya sea en pintura o en fotografía, es un ejercicio que más allá de la técnica resulta en una catarsis para quien los realiza. Hay quienes se autorretratan de manera fiel, como si se tratara de una selfie, pero el arte aparece también en los juegos de ficción, cuando la autora o autor plasman algo más allá del físico, mostrando el interior que sólo ellos conocen.
El autorretrato como tal comenzó en el Renacimiento. Como señala Jaume Camats en su tesis doctoral (2015), “hasta comienzos del siglo XV, el promotor de una obra había admitido que el autor pudiera integrarse en ella de un modo más o menos disimulado, pero con la aparición del autorretrato independiente desaparece la figura del cliente para dejar paso a la curiosidad del autor sobre su individualidad”. Se dice que el primer autorretrato le pertenece a Jan van Eyck, realizado en 1433 con el título “El hombre del turbante rojo”, fechado en octubre y con los rasgos de realismo que caracterizó a la época. Entonces conoceríamos a muchos pintores que decidieron ofrecernos su propio espejo: Pargimianino, Carracci, Rembrandt, Veermer, Gump, Velázquez, Spencer, Modigliani, Stella, Escher, Tintoretto, Anguissola, Ingres, Reynolds, Fantin-Latour, Da Vinci, Dalí, Buanorroti, Van Gogh, Goya, Delacroix, Cuevas, Frida y Diego Rivera, entre muchos más.
Catarsis, terapia…
¿Qué tendrá de especial pintarse a sí mismo? Para la michoacana Irasema Parra, egresada de la Facultad Popular de Bellas Artes, significa enfrentarse a sus propios demonios, una manera que encuentra más efectiva para expresar sus emociones si la compara con la conversación habitual. Es su camino para mostrar gestos más angustiantes, para escupir en un cuadro el cómo se siente, qué la devora y qué la consume. “No hago retratos fieles, no soy hiperrealista, pero esa soy”, confiesa, mientras habla de cómo trabaja en técnicas como el lienzo, el acrílico y la acuarela.
A la fecha ha realizado unas 10 pinturas de sí misma, más bocetos y dibujos que muchas veces termina por romper. “He detectado que necesito retratarme en ocasiones muy específicas, como cuando estoy muy enojada o muy triste, ahí realmente me sirve e incluso se me hizo adictivo por un tiempo, pero me puse mis límites”. Acepta que este ejercicio es terapéutico, “hay cosas que te avergüenzan, que te cuesta trabajo decir; con los autorretratos simplemente muestras lo que eres y listo”.
La ganadora del Premio de Adquisición del XIII Encuentro Estatal de Pintura y Estampa Efraín Vargas se ha pintado en estados depresivos; en fases de enamoramiento y a veces con elementos que la acompañan, como pájaros azules, flores amarillas y estéticas que aluden al pop noventero.
Otros mundos
Desmond Ray Ramírez también es egresado de Bellas Artes con la especialidad en estampa, pero pronto se dedicó a la pintura con preferencia en el óleo, la acuarela y el acrílico. También confiesa su amor por la ilustración, por la tinta china. Sus autorretratos no son para nada sencillos, sino todo lo contrario, se meten tanto en su propio interior que lo que vemos son personajes dantescos, en submundos lejanos a éste. “Cuando me retrato es como si un escritor hace si autobiografía”, señala, y confiesa que pocas disciplinas dan la oportunidad de mostrarse tan al desnudo.
Nacido en Estados Unidos pero formado en nuestro país, Desmond plasma esa dualidad en sus cuadros: la condición chicana, la del hombre con padres mexicanos. ¿Te ayuda en algo hacer retratos de ti mismo?, le preguntamos. “Es como ir al psicólogo, te ayuda si sigues un proceso, no nada más se trata de que te sientes en el diván, no hagas nada y te solucionen tus problemas”.
Autor de más de 30 autorretratos, Desmond es todo un referente en la ciudad, expone constantemente no sólo en galerías o museos formales, sino en espacios alternativos donde sus cuadros cuelgan en los muros, pinturas que van de lo perturbador hasta lo onírico. Le lanzamos una segunda pregunta: ¿se venden los autorretratos?, y entre risas dice que no, que para nada, que son objetos tan personales que nadie más los quiere, “y menos los míos que están todos raros”, concluye el también ganador en una de las ediciones del Efraín Vargas, quien amenaza con experimentar muy pronto con el autorretrato de cuerpo completo.
La ironía
Para Edgardo Leija –pintor, fotógrafo, arquitecto y escritor- el autorretrato ha sido un camino para burlarse de sí mismo. “Soy católico anónimo”, confiesa, y se asume en una eterna recuperación que libra cuando a través de series fotográficas alude a figuras religiosas de las que se mofa sin temor alguno, como si los infiernos no existiesen. Fue de esa manera que dio vida a la obra “Cómo explicar el arte a un pueblo creyente”, proyecto de fotografía construida sin manipulación digital.
Al estilo de los calendarios populares, esos que nos obsequian cada diciembre en carnicerías o tiendas de abarrotes, Leija aparece como el mismísimo Jesucristo pero en un contexto del México mágico: sosteniendo una cerveza y un balón ponchado; leyendo el TV Notas, escuchando algo en sus audífonos, una irreverencia que solo pone en la mesa de la discusión por qué nuestro país es tan aficionado al dogma y tan desinteresado por el arte, esa deidad tan exclusiva de los museos más elitistas.
Como a muchos les ha sucedido, Edgardo no pudo formarse académicamente en lo que más le gustaba; eligió Arquitectura como carrera profesional pero terminó por sumergirse en la fotografía y la pintura.
Para entrarle al autorretrato se inspiró en Alberto Durero, considerado el artista más famoso del Renacimiento alemán. “Autorretrato con pelliza” es una de sus obras más aclamadas y en su momento se pensó que se trataba de una burla a Jesucristo, sin saber que el artista solo había hecho una pintura de sí mismo. “Ahí nació la serie fotográfica, como una confesión de ser un católico arrepentido, el que se retrata como el Ecce Homo, el que se ponen una cinta de Adidas en vez de una corona de espinas”, dice Leija mientras una sonrisa delata su gusto por el sarcasmo.
Un mapeo
Egresada de la licenciatura en Artes Visuales del Instituto Allende, incorporado a la Universidad de Guanajuato, Mina Romero es una destacada pintora que ya cuenta con exposiciones nacionales e internacionales en países como Estados Unidos, Rusia y Suecia. Mirar sus autorretratos (muchos de ellos disponibles en Instagram) es un deleite visual por todo lo que vemos alrededor: la conexión entre lo humano y lo natural, la mutación en la piel, la mirada profunda, las máscaras misteriosas y la dualidad personal. La técnica va del acrílico y grafito sobre madera hasta el acrílico sobre muro, una incursión en el arte urbano que agradecen los transeúntes.
Comenzó a autorretratarse desde los 16 años, lo que describe como “un autorreconocimiento y una introspección, un mapeo estructural de la figura humana que se transmuta a una lectura psicológica de uno mismo, además de un acto de honestidad y registro”.
La pregunta recurrente también se la formulamos: ¿esto es una terapia? Su respuesta no deja lugar a dudas: “Para mí es un termómetro de reconocimientos y de arraigo, de reconocer y saber dónde y cómo me encuentro. No lo hago de manera muy constante ahora, pues tuve una época que era más de mi interés, y ahora solo es como hacer una cita conmigo misma, tener un diálogo de vez en cuando”. Con una técnica que describe como realista-expresionista, Mina ha producido unos 20 autorretratos, aunque solo cinco de ellos se han expuesto ante el público. Entre sus influencias se encuentran Lucían Freud, Francis Bacon, Jenny Saville, Hyuro, Tereza Oaxaca, Saturnino Herrán, Hermenegildo Bustos y Tamara de Lempicka.