Zamora, Michoacán.- El templo de los Dolores, ubicado en el corazón del Centro de Zamora, alberga entre sus muros una de las leyendas más tenebrosas de la ciudad, la cual ha sido transmitida por generaciones.
Se trata de “El sacerdote sin cabeza”, y cuya historia se remonta hasta el siglo XVIII, cuando un clérigo muy riguroso era el líder de la mencionada parroquia y les exigía a los creyentes adaptarse a la disciplina religiosa, y quien incumplía era castigado severamente.
Te puede interesar: Conoce la leyenda michoacana del Ahorcado de Zamora
De acuerdo con la transmisión oral, se conoce que un día el padre fue localizado degollado en el altar mayor de la iglesia. En ese entonces, el pueblo culpó a un grupo de hombres, quienes lo habían acusado por haber cometido abuso de una joven.
El misterio que hasta la vez deja perplejos a los habitantes es que la cabeza nunca la encontraron, este hecho insólito lo relacionaron con un castigo divino a que recibió el cura por sus pecados.
Las campanas repicadas
Eran las tres de la madrugada cuando los ciudadanos de la antigua Zamora escucharon el repicar de las campanas y se preguntaban quién había subido a tocarlas. En una ocasión, una mujer que vivía cerca del templo no pudo contener más la curiosidad, se levantó de la cama y se asomó por la ventana; en la calle vio una fila de espectros con velos blancos y rostros apagados, que iban rumbo a la iglesia.
La mujer conocida como Mariana siguió el recorrido de los espectros y al acercarse al templo de los Dolores pudo ver que adentro estaba iluminado por una luz sobrenatural.
Se acercó un poco más y vio que había un padre vestido con sotana negra y decapitado, que recitaba misa a las almas que fueron llamadas con el repicar de las campanas. Así como el testimonio de Mariana, también hubo más personas que aseguraron haber visto a una persona sin cabeza en el altar del templo.
Seguir leyendo: Tres canciones de "Los Lemmons" de Zamora para la nostalgia
Protección para los habitantes de Zamora
Ante los hechos misteriosos, los pobladores decidieron crear un ritual para protegerse de los malos augurios. Al sonar las campanas comenzaron a rezar y encendieron veladoras para que las ánimas no entraran a sus casas.
Otras abuelitas hicieron cruces con cenizas en las puertas de sus domicilios, como señal de que el hogar era sagrado y no podían cruzar entes malignos.