/ martes 31 de marzo de 2020

Siempre hay una mano que se extiende

En apariencia no tiene alguna discapacidad física, solo que su cabeza ha volado a quién sabe dónde

Morelia, Mich. (OEM-Infomex).- Justo en la esquina de Madero y Guillermo Prieto, un hombre menor de 40 años está recargado en la pared del hotel Alameda. Con una mano sostiene una Tecate Light; la otra la extiende para pedir dinero, pero nadie le da. Habla solo, o tal vez con algún amigo imaginario que lo está haciendo reír demasiado. En apariencia no tiene alguna discapacidad física, solo que su cabeza ha volado a quién sabe dónde, a ese lugar en el que uno se carcajea de la vida, por muy negra que ésta se ponga.

Foto: Iván Arias | El Sol de Morelia

Sobre la plaza Benito Juárez hay un viejo en silla de ruedas. A estas horas de la tarde el sol le pega en el rostro, un rostro moreno, curtido, pero no tan acabado. Dice, con cierta maña, que tiene 90 años. –Ah, caray, no se le notan–, le cuestionamos, pero su respuesta es lacónica e incontrovertible: “Ni modo que te diga que tengo 15”. Es parco al hablar, apenas responde con monosílabos, afirma que vive lejos, “bien lejos”, y señala con su dedo hacia el oriente, allá por el cerro del Punhuato. Entre dientes, cuenta que esto del Coronavirus lo mantiene sin cuidado, que para él todos los días son los mismos, días de pedir dinero, días de aguantar el sol, días jodidos. –¿Y ahora, con tan poca gente en las calles, no le va peor?–, nos atrevemos a interrogarle, y él, sin despegar la mirada del piso, sin voltear a vernos, insiste en que todo sigue igual, “igualito de madreado”, sentencia.

En esa misma plaza un joven vende chocolates. Uno por 15 pesos, o si quieres la oferta, dos por 20. Él no pide limosna. No se ríe solo. Tampoco bebe una Tecate Light. Tiene dos hijos, una esposa y una renta de dos mil pesos qué pagar.

Uno qué se va a quedar en su casa, no se puede, hay que salir a vender, a llevar dinero para la familia

Nació en el Estado de México pero se enamoró en Morelia. “Aquí la gente aún es amable, son buenas personas, en las grandes urbes es otra cosa”. Hace un gesto de desesperanza cuando le preguntamos si el Covid-19 le ha bajado sus ventas. “Mucho más de lo que pensé, pero siento que vienen dos semanas más muy duras y luego algo tendremos que hacer para salir adelante”.

En el semáforo que se interpone entre Madero y Morelos Norte una mujer invidente calcula la altura de la cabina de una camioneta y entonces suplica ayuda. El conductor, acompañado por quien quizá sea su pareja, le da unos 25 pesos. Ella los siente y lo agradece con una bendición para el buen hombre. Nació ciega, nos cuenta. Tuvo un hijo pero se le murió a los 4 años.

Tuvo una pareja pero “me salió muy loco”. Hoy vive con un compañero, invidente también, a la altura de ese monumento conocido como El Pípila. Tiene una hermana con diabetes, así que la tiene que ayudar a comprar sus medicinas. –Está bien dura la vida–, le comentamos, pero a esa mujer le cambiaron la vista por la fe:

No se crea, siempre hay una mano que se extiende

Nos dice.

Ya de regreso, en los portales céntricos donde ya casi no hay nadie, el hombre de la Tecate Light camina risueño y en cuanto ve a una mujer con dos desechables con comida le dice que si le regala uno. Ella ni lo duda: le obsequia el plato y él sonríe, como si acabara de suceder un milagro.

Siempre hay una mano que se extiende. La señora invidente tenía razón.

Morelia, Mich. (OEM-Infomex).- Justo en la esquina de Madero y Guillermo Prieto, un hombre menor de 40 años está recargado en la pared del hotel Alameda. Con una mano sostiene una Tecate Light; la otra la extiende para pedir dinero, pero nadie le da. Habla solo, o tal vez con algún amigo imaginario que lo está haciendo reír demasiado. En apariencia no tiene alguna discapacidad física, solo que su cabeza ha volado a quién sabe dónde, a ese lugar en el que uno se carcajea de la vida, por muy negra que ésta se ponga.

Foto: Iván Arias | El Sol de Morelia

Sobre la plaza Benito Juárez hay un viejo en silla de ruedas. A estas horas de la tarde el sol le pega en el rostro, un rostro moreno, curtido, pero no tan acabado. Dice, con cierta maña, que tiene 90 años. –Ah, caray, no se le notan–, le cuestionamos, pero su respuesta es lacónica e incontrovertible: “Ni modo que te diga que tengo 15”. Es parco al hablar, apenas responde con monosílabos, afirma que vive lejos, “bien lejos”, y señala con su dedo hacia el oriente, allá por el cerro del Punhuato. Entre dientes, cuenta que esto del Coronavirus lo mantiene sin cuidado, que para él todos los días son los mismos, días de pedir dinero, días de aguantar el sol, días jodidos. –¿Y ahora, con tan poca gente en las calles, no le va peor?–, nos atrevemos a interrogarle, y él, sin despegar la mirada del piso, sin voltear a vernos, insiste en que todo sigue igual, “igualito de madreado”, sentencia.

En esa misma plaza un joven vende chocolates. Uno por 15 pesos, o si quieres la oferta, dos por 20. Él no pide limosna. No se ríe solo. Tampoco bebe una Tecate Light. Tiene dos hijos, una esposa y una renta de dos mil pesos qué pagar.

Uno qué se va a quedar en su casa, no se puede, hay que salir a vender, a llevar dinero para la familia

Nació en el Estado de México pero se enamoró en Morelia. “Aquí la gente aún es amable, son buenas personas, en las grandes urbes es otra cosa”. Hace un gesto de desesperanza cuando le preguntamos si el Covid-19 le ha bajado sus ventas. “Mucho más de lo que pensé, pero siento que vienen dos semanas más muy duras y luego algo tendremos que hacer para salir adelante”.

En el semáforo que se interpone entre Madero y Morelos Norte una mujer invidente calcula la altura de la cabina de una camioneta y entonces suplica ayuda. El conductor, acompañado por quien quizá sea su pareja, le da unos 25 pesos. Ella los siente y lo agradece con una bendición para el buen hombre. Nació ciega, nos cuenta. Tuvo un hijo pero se le murió a los 4 años.

Tuvo una pareja pero “me salió muy loco”. Hoy vive con un compañero, invidente también, a la altura de ese monumento conocido como El Pípila. Tiene una hermana con diabetes, así que la tiene que ayudar a comprar sus medicinas. –Está bien dura la vida–, le comentamos, pero a esa mujer le cambiaron la vista por la fe:

No se crea, siempre hay una mano que se extiende

Nos dice.

Ya de regreso, en los portales céntricos donde ya casi no hay nadie, el hombre de la Tecate Light camina risueño y en cuanto ve a una mujer con dos desechables con comida le dice que si le regala uno. Ella ni lo duda: le obsequia el plato y él sonríe, como si acabara de suceder un milagro.

Siempre hay una mano que se extiende. La señora invidente tenía razón.

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