/ sábado 28 de diciembre de 2019

Woodstock en Morelia, un festival fracasado

Salvador Munguía tuvo el sueño de recrear en la capital michoacana un mítico festival rocanrolero con figuras como Ray Manzarek, Robby Krieger, Leon Russell, Eric Burdon, pero el boicot triunfó 

Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- El protagonista de esta historia lo ha dado todo por el rock and roll. Todo. Incluso, las escrituras de su casa. Su nombre es Salvador Munguía y sobre él se cuentan muchas cosas: que era un dandi con gafas oscuras, que llegó a coleccionar 8 mil 500 vinilos, que es compadre de Alex Lora, que conoció a Buddy Miles y que se parece mucho a Carlos Santana.

Era la década de los 90, era, para ser exactos, febrero de 1994. El país estaba hecho un lío: en Chiapas se acababa de levantar un ejército indígena con pasamontañas y Carlos Salinas comenzaba a derrumbarse. Aún faltaban cosas peores, dentro de un mes y medio matarían a Colosio y en menos de un año, el peso mexicano se devaluaría.

En medio de ese caos, a Salvador Munguía, a quien todos conocían como Chava Rock, se le ocurrió organizar un festival de música al que llamaron Woodstock Morelia y que en su cartel anunciaba a viejas glorias del género: Ray Manzarek, Robby Krieger y John Densmore (los tres sobrevivientes de The Doors), Leon Russell, Eric Burdon, Edgar Winter, Carmine Appice y Papa John Creach, quien, como una premonición maldita, falleció un día antes de volar a este país.

La publicidad del concierto se veía en posters pegados a las paredes, en decenas de bardas no sólo de Morelia, sino de muchas otras ciudades, en la radio y en la televisión. Sin embargo, en la Morelia de esos noventa, pocos creían que un festival así pudiera ser realidad. Y los que sí lo creían, lo condenaban. Un programa de radio llamado Micrófono Abierto, el más escuchado de la ciudad, daba voz a decenas de hombres y mujeres que protestaban por ese evento: “Será una reunión de drogadictos”, le alertaban al doctor Abdiel, el conservador titular de la emisión.

La sede sería el Estadio Venustiano Carranza, que por muchos años fue la casa del entonces Atlético Morelia, un equipo pobre pero con muchos sueños, una escuadra perdedora que seis años antes fue ultrajada en el estadio Azteca. Ahí, sobre el césped donde se cantaron tantos goles, ahora se cantaría puro rock and roll, se escucharían las guitarras y los teclados de esos monstruos, de esas leyendas moribundas.

Aquel festival fue un desastre. Si al Venustiano le caben más de 22 mil personas, en esa noche de febrero no había más de 4 mil, muchas de ellas con boletos de cortesía, boletos falsificados o sin boletos porque en un momento dado se rompieron las vallas de seguridad y la turba accedió al concierto sin pagar un peso.

A más 25 años de distancia, a un cuarto de siglo de ese festival maldito, Chava Rock levanta el teléfono desde su casa en Austin, Texas y nos cuenta detalles que pocos sabían, como que Los Temerarios, esos gruperos románticos, patrocinaron parte del evento, y que Maná, ese grupo de pop rock, rentó a precio amigo el equipo de sonido.

“En realidad fue una odisea, Morelia estaba marginada en relación al rock, después de 1968 y 1971 el rock estaba prohibido en México; hablar de que los Doors tocarían en Morelia era poco creíble, la gente desconfiaba, y eso que hicimos una campaña casi presidencial, pintamos bardas desde Guadalajara hasta el DF, porque el mismo cartel se presentaría en las tres ciudades”, cuenta con ese timbre de voz que sale cuando nos acordamos de algo que amamos, pero que también duele.

Chava Rock no podía tener otro mote. Cuando era adolescente estuvo en el festival de Avándaro, aquel bacanal donde se fumaba mota mientras tocaba el Three Souls in my Mind, los Dug Dugs y Peace and Love. En Morelia organizó decenas de tocadas rocanroleras con El Tri, Los Rostros Ocultos, Maldita Vecindad, Caifanes, Kenny y los Eléctricos y prácticamente todas las vacas sagradas del rock en español. Pero si esos conciertos salían como Dios daba a entender, el llamado Woodstock era otro boleto, era una apuesta de riesgos.

El festival causó tanta expectativa que Ocesa (el monopolio empresarial que mata a todos los rivales) nos boicoteó, corrieron el rumor de que era un fraude, incluso lograron que periódicos como El Universal o Excélsior publicaran que por motivos de fuerza mayor el evento quedaba cancelado

Pero no solamente hubo un boicot de la competencia. El Ayuntamiento de aquellos años encabezado por Sergio Magaña Martínez puso todos los obstáculos posibles para estropear el concierto. Un día daba autorización y al otro exigía un nuevo requisito so pena de cancelar. “Pero lo hicimos, para quienes estuvieron ahí fue un regalo, un concierto irrepetible”, acota el viejo Salvador, quien no niega el desastre financiero: “Perdimos mucho dinero, muchísimo. Y no solo eso, grabamos todo el concierto, grabamos desde la llegada de los músicos al aeropuerto y las cintas se perdieron, las tenía mi hermano pero falleció hace 20 años y nadie supo qué pasó con ellas”.

Nos cuenta entonces que los hermanos Infante, es decir, los cabecillas de Los Temerarios, sacaron su lado más hippie y su cartera para pagar parte de la producción, solo que pidieron mantenerse en el anonimato.

Ante los obstáculos del Ayuntamiento moreliano, tuvo que ser el mismísimo Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano quien intervino para destrabar los permisos y que el rock hiciera temblar al Venustiano.

Y es que, Chava Rock no estaba solo en la organización, también figuraban nombres como el hijo de Roberto Robles Garnica, entonces senador de la República, más otros jóvenes de la época. Es entonces cuando don Salvador, el hombre maduro que hoy vive en Austin, la ciudad del rock, se destapa y se confiesa: “Nos boicotearon, de lo contrario el festival habría sido un éxito, pero no lo fue, al contrario, tuve que empeñar las escrituras de mi casa; me habían contratado con la promesa de que me iban a pagar y al final tuve que poner dinero, endeudarme, ora sí que salí trasquilado”.

Sobra decir que el festival tuvo toda clase de incidentes: retrasos en las presentaciones, fallas de audio, largas pausas entre uno y otro artista, pero por encima de todo, gente que no pagó por su entrada y que falsificó boletos con ayuda de los policías, según lo que recuerda Chava Rock.

Independientemente de la pérdida económica, estar en ese festival para mí fue maravilloso, una experiencia inolvidable, estar ahí con mi esposa y con mis amigos es algo imborrable”, dice con orgullo, aunque lamenta que no pudo convivir con esas leyendas del rock, porque estaba más preocupado por salvar los contratiempos del concierto. ¿Se arrepiente? Nos atrevemos a preguntarle, y no duda en atajar: “Para nada, como dicen por ahí, lo bailado nadie me lo quita

Algunos años después, Chava Rock fue invitado a la ciudad de Austin, Texas para pasar una semana de vacaciones, pero le gustó tanto que ya nunca regresó. “Ésta es la ciudad del rock, es un gran laboratorio, he conocido a gente como Slash (de Guns and Roses), los Creedence y Willie Nelson; yo estoy aquí por la música, mi trabajo es reconocido y tengo la oportunidad de cubrir muchos eventos”. Mojado eterno, Munguía espera que alguna vez pueda arreglar sus documentos y volver a México, pues como afirma, “Austin es la capital de la música, pero Morelia es la capital de mi corazón”.


Estuvieron ahí …

La memoria es difusa y uno pregunta quién estuvo presente en el Woodstock Morelia. El artista gráfico y escritor Alejandro Delgado asegura que él mismo acompañó a Leon Russell y ratifica el escándalo en varios sectores de la capital michoacana.

Había una especie de boicot por parte de gente conservadora que rumoreaba que eso sería la entrada de la mota en Morelia”

Por su parte, el productor conocido en la escena rockera como “El Pingüino” ríe cuando trae a su mente un concierto en el que “un vato sacó un verdadero tabique de mota y provocó que todos bailáramos alrededor como pinches apaches”.

El Woodstock Morelia no fue un concierto cualquiera, fue un festival accidentado, quebrado, y por lo mismo, un recuerdo legendario de una sociedad ahora ya no tan mocha.

Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- El protagonista de esta historia lo ha dado todo por el rock and roll. Todo. Incluso, las escrituras de su casa. Su nombre es Salvador Munguía y sobre él se cuentan muchas cosas: que era un dandi con gafas oscuras, que llegó a coleccionar 8 mil 500 vinilos, que es compadre de Alex Lora, que conoció a Buddy Miles y que se parece mucho a Carlos Santana.

Era la década de los 90, era, para ser exactos, febrero de 1994. El país estaba hecho un lío: en Chiapas se acababa de levantar un ejército indígena con pasamontañas y Carlos Salinas comenzaba a derrumbarse. Aún faltaban cosas peores, dentro de un mes y medio matarían a Colosio y en menos de un año, el peso mexicano se devaluaría.

En medio de ese caos, a Salvador Munguía, a quien todos conocían como Chava Rock, se le ocurrió organizar un festival de música al que llamaron Woodstock Morelia y que en su cartel anunciaba a viejas glorias del género: Ray Manzarek, Robby Krieger y John Densmore (los tres sobrevivientes de The Doors), Leon Russell, Eric Burdon, Edgar Winter, Carmine Appice y Papa John Creach, quien, como una premonición maldita, falleció un día antes de volar a este país.

La publicidad del concierto se veía en posters pegados a las paredes, en decenas de bardas no sólo de Morelia, sino de muchas otras ciudades, en la radio y en la televisión. Sin embargo, en la Morelia de esos noventa, pocos creían que un festival así pudiera ser realidad. Y los que sí lo creían, lo condenaban. Un programa de radio llamado Micrófono Abierto, el más escuchado de la ciudad, daba voz a decenas de hombres y mujeres que protestaban por ese evento: “Será una reunión de drogadictos”, le alertaban al doctor Abdiel, el conservador titular de la emisión.

La sede sería el Estadio Venustiano Carranza, que por muchos años fue la casa del entonces Atlético Morelia, un equipo pobre pero con muchos sueños, una escuadra perdedora que seis años antes fue ultrajada en el estadio Azteca. Ahí, sobre el césped donde se cantaron tantos goles, ahora se cantaría puro rock and roll, se escucharían las guitarras y los teclados de esos monstruos, de esas leyendas moribundas.

Aquel festival fue un desastre. Si al Venustiano le caben más de 22 mil personas, en esa noche de febrero no había más de 4 mil, muchas de ellas con boletos de cortesía, boletos falsificados o sin boletos porque en un momento dado se rompieron las vallas de seguridad y la turba accedió al concierto sin pagar un peso.

A más 25 años de distancia, a un cuarto de siglo de ese festival maldito, Chava Rock levanta el teléfono desde su casa en Austin, Texas y nos cuenta detalles que pocos sabían, como que Los Temerarios, esos gruperos románticos, patrocinaron parte del evento, y que Maná, ese grupo de pop rock, rentó a precio amigo el equipo de sonido.

“En realidad fue una odisea, Morelia estaba marginada en relación al rock, después de 1968 y 1971 el rock estaba prohibido en México; hablar de que los Doors tocarían en Morelia era poco creíble, la gente desconfiaba, y eso que hicimos una campaña casi presidencial, pintamos bardas desde Guadalajara hasta el DF, porque el mismo cartel se presentaría en las tres ciudades”, cuenta con ese timbre de voz que sale cuando nos acordamos de algo que amamos, pero que también duele.

Chava Rock no podía tener otro mote. Cuando era adolescente estuvo en el festival de Avándaro, aquel bacanal donde se fumaba mota mientras tocaba el Three Souls in my Mind, los Dug Dugs y Peace and Love. En Morelia organizó decenas de tocadas rocanroleras con El Tri, Los Rostros Ocultos, Maldita Vecindad, Caifanes, Kenny y los Eléctricos y prácticamente todas las vacas sagradas del rock en español. Pero si esos conciertos salían como Dios daba a entender, el llamado Woodstock era otro boleto, era una apuesta de riesgos.

El festival causó tanta expectativa que Ocesa (el monopolio empresarial que mata a todos los rivales) nos boicoteó, corrieron el rumor de que era un fraude, incluso lograron que periódicos como El Universal o Excélsior publicaran que por motivos de fuerza mayor el evento quedaba cancelado

Pero no solamente hubo un boicot de la competencia. El Ayuntamiento de aquellos años encabezado por Sergio Magaña Martínez puso todos los obstáculos posibles para estropear el concierto. Un día daba autorización y al otro exigía un nuevo requisito so pena de cancelar. “Pero lo hicimos, para quienes estuvieron ahí fue un regalo, un concierto irrepetible”, acota el viejo Salvador, quien no niega el desastre financiero: “Perdimos mucho dinero, muchísimo. Y no solo eso, grabamos todo el concierto, grabamos desde la llegada de los músicos al aeropuerto y las cintas se perdieron, las tenía mi hermano pero falleció hace 20 años y nadie supo qué pasó con ellas”.

Nos cuenta entonces que los hermanos Infante, es decir, los cabecillas de Los Temerarios, sacaron su lado más hippie y su cartera para pagar parte de la producción, solo que pidieron mantenerse en el anonimato.

Ante los obstáculos del Ayuntamiento moreliano, tuvo que ser el mismísimo Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano quien intervino para destrabar los permisos y que el rock hiciera temblar al Venustiano.

Y es que, Chava Rock no estaba solo en la organización, también figuraban nombres como el hijo de Roberto Robles Garnica, entonces senador de la República, más otros jóvenes de la época. Es entonces cuando don Salvador, el hombre maduro que hoy vive en Austin, la ciudad del rock, se destapa y se confiesa: “Nos boicotearon, de lo contrario el festival habría sido un éxito, pero no lo fue, al contrario, tuve que empeñar las escrituras de mi casa; me habían contratado con la promesa de que me iban a pagar y al final tuve que poner dinero, endeudarme, ora sí que salí trasquilado”.

Sobra decir que el festival tuvo toda clase de incidentes: retrasos en las presentaciones, fallas de audio, largas pausas entre uno y otro artista, pero por encima de todo, gente que no pagó por su entrada y que falsificó boletos con ayuda de los policías, según lo que recuerda Chava Rock.

Independientemente de la pérdida económica, estar en ese festival para mí fue maravilloso, una experiencia inolvidable, estar ahí con mi esposa y con mis amigos es algo imborrable”, dice con orgullo, aunque lamenta que no pudo convivir con esas leyendas del rock, porque estaba más preocupado por salvar los contratiempos del concierto. ¿Se arrepiente? Nos atrevemos a preguntarle, y no duda en atajar: “Para nada, como dicen por ahí, lo bailado nadie me lo quita

Algunos años después, Chava Rock fue invitado a la ciudad de Austin, Texas para pasar una semana de vacaciones, pero le gustó tanto que ya nunca regresó. “Ésta es la ciudad del rock, es un gran laboratorio, he conocido a gente como Slash (de Guns and Roses), los Creedence y Willie Nelson; yo estoy aquí por la música, mi trabajo es reconocido y tengo la oportunidad de cubrir muchos eventos”. Mojado eterno, Munguía espera que alguna vez pueda arreglar sus documentos y volver a México, pues como afirma, “Austin es la capital de la música, pero Morelia es la capital de mi corazón”.


Estuvieron ahí …

La memoria es difusa y uno pregunta quién estuvo presente en el Woodstock Morelia. El artista gráfico y escritor Alejandro Delgado asegura que él mismo acompañó a Leon Russell y ratifica el escándalo en varios sectores de la capital michoacana.

Había una especie de boicot por parte de gente conservadora que rumoreaba que eso sería la entrada de la mota en Morelia”

Por su parte, el productor conocido en la escena rockera como “El Pingüino” ríe cuando trae a su mente un concierto en el que “un vato sacó un verdadero tabique de mota y provocó que todos bailáramos alrededor como pinches apaches”.

El Woodstock Morelia no fue un concierto cualquiera, fue un festival accidentado, quebrado, y por lo mismo, un recuerdo legendario de una sociedad ahora ya no tan mocha.

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