Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- Rubén Quiroz Díaz y Rubén Quiroz Silva son padre e hijo, pero además del vínculo familiar, también comparten el formar parte de este sector que aparece como los incomprendidos del futbol, a los que les toca recibir todas las mentadas de madre y que figuran como los enemigos públicos por excelencia: ambos son árbitros.
Durante la semana, trabajan en un taller de autos, pero llegado el sábado, dejan de lado la ropa de talacha para envolverse en el uniforme de jueces, con el que se encargan de pitar los partidos que se realizan en la Liga Municipal de Futbol Morelia.
Rubén Quiroz lleva 25 años dentro del arbitraje, pero su hijo no está lejos de su récord de antigüedad, pues al haber iniciado apenas a los 13 años, ya suma 19 años de experiencia en este ámbito del deporte.
“Todo inició cuando me invitaron a pitar un partido en un rancho de Charo, luego me pidieron quedarme como su presidente de árbitros y delegado. Al principio no me gustaba mucho esto de que te mienten la madre, pero por el compromiso de no dejar tirada a la gente fue que seguí y le tomé el gusto”, explica Rubén padre.
El efecto de ser árbitro alcanzaría rápidamente a su hijo y teniendo a su cargo los juegos de las categorías infantiles, Rubén Silva comenzaría a crear su propio camino, uno donde aprendió a mantenerse con cabeza fría para evitar contagiarse de violencia o actitudes negativas.
Pese a ello, en algún momento de sus carreras han tenido que sortear dificultades y saber cómo actuar cuando se presenta una agresión de parte de los futbolistas o aficionados, pues a final de cuentas en sus manos está el controlar el juego a través de la jerarquía y el respeto.
“En una semifinal de la rama femenil, apenas al minuto tres, una mujer me abofeteó por haber marcado un penal, entonces luego me correteó por toda la cancha hasta que sus compañeras la detuvieron. También hace poco en una final varios jugadores me escupieron y me agredieron, es lo más fuerte que recuerdo”, detalla Rubén Silva.
Por su parte, Rubén Díaz comparte que en 25 años ha tenido que enfrentar en dos ocasiones situaciones complejas, ya que cuando uno de los equipos va perdiendo el partido, se vuelve común que la frustración y la molestia recaigan en las decisiones arbitrales.
En lo que se refiere a la parte económica, señalan que en la actualidad el trabajo de árbitro no es tan bien pagado, pero aclaran que el sustento, en el caso de la Liga Municipal, proviene principalmente de las aportaciones de los clubes que se acumulan con el pasar de los meses.
Si bien la coordinación general del sistema de capacitación de la Federación Mexicana de Futbol (FMF) Campus Morelia dio a conocer que la carrera del arbitraje es la que mayor interés ha despertado dentro de los programas de profesionalización que ofrecen en Michoacán, los árbitros exponen que esto no se ve reflejado en la liga.
“Lo que hemos vivido es que es muy difícil que la gente quiera sumarse al equipo de árbitros, son pocos a los que les llama la atención. En la liga se suman aquellos estudiantes de Educación Física que van a hacer el trabajo como parte de su servicio, si les llega a gustar se quedan, pero si no, la mayoría no duran ni el año”.
En este sentido, Rubén Díaz considera que el ser árbitro es una labor que no es para todos, pues además de tener la responsabilidad de ser un juez, también hay que tener un conocimiento profundo del reglamento y saber llevar los encuentros.
Abundan que incluso se tienen que volver psicólogos cuando están en las canchas, saber cómo hablar con los jugadores, mantener una buena comunicación, proteger a los que juegan y aplicar las sanciones correctamente.
“Este trabajo es bonito porque nos ha dejado amistades, conoces mucha gente en la liga, desde empresarios, trabajadores del gobierno y exfutbolistas profesionales, eso nos da satisfacciones porque se vuelven amigos con el tiempo”, refiere Rubén Silva.
Tanto padre como hijo, coinciden en que el placer de ser árbitros no está en el poder sacar las tarjetas o encarar a los futbolistas, sino en el hacer un buen trabajo dentro del campo que sea reconocido por los equipos cuando se pita el final de un partido.