Morelia, Mich (OEM-Infomex).- Doramitzi González Hernández acumuló en su carrera cinco Paralimpiadas, en las cuales ganó once medallas, cinco de oro, tres de plata y mismo número de bronces.
Sus logros la convirtieron en un símbolo del deporte adaptado, una de las más famosas de su generación. Pero con todo eso, ella se autonombra como la “peor deportista del mundo”.
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Desde el retiro y en el comedor de su casa, lo dice sin tapujos: “No me gustaba entrenar, lo hacía porque sabía que era el camino para llegar al éxito”.
Luego de Río 2016, cuando decidió no competir más, admite que no ha vuelto a tocar una alberca.
“Yo veía llegar a mi entrenador y me dolía el estómago del miedo porque sabía que íbamos a entrenar mucho. Fue muy duro para mí entender y comprender la responsabilidad, porque no digo que no hubiera momentos padres, pero eran unas friegas a las que no estaba acostumbrada”.
Y es que cuando Doramitzi se introdujo al mundo de la natación, lo hizo un tanto porque su madre no sabía qué hacer con ella en los veranos, pero también por diversión.
Aunque a sus trece años demostraba un talento atípico que la llevaba a colgarse incontables medallas en Campeonatos Nacionales, relata que para ella solamente significaba la oportunidad de faltar una semana a clases.
La situación comenzó a cambiar cuando cumplió 16 años y en su vida se cruzó el entrenador Fernando Vélez, quien convenció a su mamá de las posibilidades que tenía para el futuro la joven nadadora. Vinieron los Juegos Parapanamericanos y sus siete medallas de oro, los entrenamientos diarios, el irse a vivir sola a la Ciudad de México y Sídney 2000. Las cosas ya eran distintas.
Contestataria y rebelde, su carrera se distinguió por dar la batalla tanto adentro como afuera de la alberca, de no callarse nunca.
No romantiza el deporte y a diferencia de otros atletas, en su casa no tiene un cuarto especial para presumir sus logros a las visitas.
Cuando se le pide que muestre las medallas, piensa unos segundos, duda, hasta que suelta un “no sé dónde las dejé”. Después de varios minutos, regresa con un solo oro y satisfecha de haber cumplido la misión celebra: “Encontré ésta”.
Moreliana, luchona y resiliente, ¿Quién es Doramitzi?
Doramitzi nació en la ciudad de Morelia y tiene 39 años. Es amante de la puntualidad y agradece que lleguemos a la cita a las 13:30 horas, tal como lo indicó.
En una casa que se ubica en la colonia Balcones de Morelia, se encuentra cocinando mientras el resto de su familia está concentrada en sus asuntos.
Luce contenta. Con una blusa morada, pantalón blanco y un peinado a una sola coleta, sabe perfectamente que se le harán algunas fotografías, aunque bromea y dice que nunca le gusta verse en las notas periodísticas. “Ahí te encargo que le metas photoshop”, le dice al fotógrafo para romper el hielo.
También bromea recordando algunas anécdotas que ha tenido en entrevistas del pasado y aprovecha el tiempo para hablar de la vida que tiene más allá del deporte.
Se dice una amante del cine, de salir a divertirse con sus amigos y se califica como una persona divertida que promete hacer reír a propios y extraños.
Cuando se le pregunta ya en un tono más formal “¿Quién es Doramitzi?”, también se define como luchona y resiliente, alguien que nunca permitió que se le complicaran las cosas más de lo debido, pues presume la cualidad de saber buscarse las vías para dar con lo que quiere.
Se ve madura, en plenitud. Ha vivido rápido. A los 17 años la fama la alcanzó cuando ya radicaba sola en una Ciudad de México a la que le tenía miedo. Cuenta que no se atrevía ni a salir a la esquina porque su imaginación volaba y creía que podía ser roba, secuestrada y violada.
Pero pide que nadie se adelante y que comencemos desde el principio: su infancia. La califica como feliz, donde su familia tuvo el gran acierto de darle un trato igualitario, siempre dejando de lado su discapacidad física.
Pese a las presiones sociales que partían de la ignorancia, su madre no aceptó llevar a la niña a una escuela de educación especial y sus seis años de primaria los concreto en la Rector Miguel Hidalgo.
Cuando la exatleta habla de sí misma, no puede evitar reflejarse en su mamá. Sin decirlo de manera directa, deja entrever que le debe mucho. La señala como “una adelantada de su tiempo” que supo ver que esconderla del mundo no era la respuesta.
“Me trato de fijar en las cosas buenas, yo sé que la vida no es color de rosa, pero fue una buena infancia, mi familia me trató como una persona común y corriente. No tenía privilegios, no existían frases de ay, pobrecita, yo tendía mi cama y hacía mis quehaceres como cualquiera”.
Enemiga de la lástima y las palabras en diminutivo, no duda en que estas circunstancias son las que fueron forjando su carácter, la manera que tiene de entender la vida, ya que argumenta que la discapacidad nunca fue un escudo para no lograr lo que quería, “decía que yo a huevo quería ser la princesa y así tenía que ser”.
Dice que la actitud dominante le atrajo problemas en su vida, o dicho a su manera, el escupir fuego. Asegura que con el paso de los años ha tratado de modularlo, pero al mismo tiempo, se enorgullece de nunca haber sido la niña tierna que el mundo esperaba.
Las represalias por exhibir la mala alimentación de los deportistas
Doramitzi aparece en un video con lágrimas y con un rostro que refleja una absoluta impotencia. Son los Juegos Paralímpicos de Río 2016 y la atleta explica que no pudo participar en la prueba de revelos 4x50 mixtos porque los encargados de registrarla no llegaron a tiempo: “El daño que se le ha hecho a México y a los integrantes de este relevo es irreversible, truncando sueños y años de preparación”.
A seis años de distancia, especula en que el error haya sido intencional como una represalia de parte de las autoridades deportivas por nunca callarse. Explica que muchos deportistas no hablan porque tienen miedo de que los bloqueen.
Y es que lamenta que en este país cuando las personas se toman el atrevimiento de ejercer su derecho a la libertad de expresión, automáticamente son catalogadas como villanas, revoltosas y apestosas que no merecen una oportunidad.
“Pero a mí siempre me ha valido madres, qué me pueden hacer. A mí nunca me han gustado las injusticias y cuando yo era deportista en funciones había muchas. Un atleta la sufre bien cañón para llegar y comprarse sus cosas. Un ejemplo son los de pista, pues una prótesis llega a costar lo mismo que un carro”.
Dentro de las represalias que vivió, precisa la ocasión en que la bajaron de Campeonato Mundial simplemente porque exhibió la mala alimentación a la que estaban siendo sometidos los deportistas. En esos años, no existían para los atletas adaptados un nutriólogo, un plan alimenticio y tenían que improvisar para intentar comer sanamente.
El problema en la Ley de Cultura Física y Deporte, abunda, es que no existe un solo artículo en el que realmente se defienda al deportista. Detalla que, tramposas las leyes, siempre salen beneficiadas las federaciones y la Comisión Nacional del Deporte (Conade), “entonces nosotros estamos peleando contra Goliat porque no tenemos ni voz ni voto”.
Sumado a las injusticias, a la moreliana también le molesta el aprovechamiento de los éxitos ajenos, el que las autoridades saquen tajada de lo que nunca les costó. Si algo detestaba Doramitzi, era bajarse del avión para que el gobernante en turno la estuviera esperando para sacarse la respectiva fotografía.
Se pone reflexiva sobre los apoyos que nunca llegaban antes de las competencias y el cómo desde la trinchera de su familia se las tenían que ingeniar para poder cubrir los gastos. “Imagínate cuántas medallas más hubiera ganado si me hubieran respaldado como se debía”.
Su incursión por la política
Tras su breve paso por la política, donde dice que encontró mentiras y simulaciones, en la actualidad Doramitzi se dedica a dar conferencias de superación personal.
Expone que es el escenario ideal para seguir diciendo lo que piensa y utilizar eso que la sociedad llama discapacidad para cambiar miradas.
A su edad, afirma que no se arrepiente de su carrera como nadadora y que, si pudiera, lo repetiría, aunque bromea pidiendo que se inventen otra cosa para no tener que ir a entrenar.
Ya un poco más seria, anhela un México donde los atletas solamente estén preocupados por prepararse, comer y dormir bien.
Aunque nunca ha hablado con sus compañeros sobre el método que pueden utilizar para romper por fin con la cadena de vicios del deporte, se encuentra a la espera de que el coraje y el hartazgo lleguen a su límite. Fiel a su estilo, les lanza una pregunta que suena a reto: “¿Cuánto más van a aguantar?”.