Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- María de la Salud Rodríguez se cuestiona el para qué servía ir a la escuela con hambre. Llegó hasta quinto grado de primaria, pero eran tantos los problemas de alimentación, que admite que no lograba aprender nada. Nunca pudo escribir y prefirió desertar de la Mariano Michelena. Se volvió prioridad llenar la barriga.
A sus 61 de años de edad, relata que aunque aprendió a leer, la escritura nunca se le dio. Era todavía una niña cuando tomó la decisión de aceptar el trabajo de niñera y desde entonces, nunca ha parado de laborar de aquí para allá.
“Decidí salirme de la escuela porque no teníamos ni para libretas, lápices, para nada y mucho menos comida. Yo decía que si tenía la posibilidad de trabajar y comer, pues mejor me ganaba mis centavos para comprar lo necesario”.
De los seis hermanos que son, María de la Salud Rodríguez fue la única que nunca pudo aprender a escribir. Entre bromas, dice que es la “única burra” de la familia. Cuenta que no son pocas las veces que ha intentado superarse en este sentido, pero lamenta que simplemente es algo que no se le da.
En medio de sus múltiples trabajos, se inscribió a la escuela nocturna de su barrio. Pero nada. Admite que de poco sirvió porque las letras se le siguen revolviendo y no logra concretar una sola palabra. “Yo no sé qué tendré en la cabeza” se cuestiona con curiosidad e impotencia al mismo tiempo.
“Se me dificulta mucho y he tratado de estar en mi casa haciéndole la lucha hasta con libros, porque es feo no saber escribir y es más bonito superarse uno. Mis nietas han tratado de darme clases y sí lo intento, de verdad que sí, pero escribo las cosas de manera incompleta”.
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El deseo de poder lograrlo, la llevó a asistir con un psicólogo, alguien que le pudiera dar una respuesta. El especialista le recomendó lo que ella llama un “libro mágico” y aunque lo contestó de pies a cabeza, el resultado fue el mismo: “Me faltan letras”.
De acuerdo a datos proporcionados por el Consejo Estatal de Población (Coespo) y con base a la Encuesta Intercensal 2015, Michoacán registraba un porcentaje de analfabetas del 8.27 por ciento, lo que representa 270 mil personas que no sabían leer ni escribir; es decir, ocho de cada 100 personas de 15 años y más.
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Dicha cifra, es mayor al de la media nacional que es de 5.5 por ciento, mientras que un total de 21 estados se encuentran por debajo de esta media. Para el 2017, el Instituto Nacional para la Educación de los Adultos (INEA) informó que en los últimos 10 años el analfabetismo pasó del 10.2 por ciento al 6.1 por ciento, lo que equivale a que se alfabetizaron cerca de 100 mil michoacanos.
En el mismo tenor, los últimos datos del año pasado compartidos por el INEA, arrojan que Michoacán logró reducir del 6.1 por ciento al 5.1 por ciento el total de la población analfabeta. Sin embargo, los municipios que presentan una mayor tasa con este problema son 19: Aquila, Parácuaro, Churumuco, Madero, La Huacana, Tzitzio, Chucándiro, Tangamandapio, Nahuatzen, Nocupétaro.
Asimismo, se encuentra en el listado Huetamo, Turicato, Tuzantla, Carácuaro, Charapan, Susupuato, Tiquicheo, San Lucas y Tumbiscatio.
Más allá de lo que califica como penoso, la señora María de la Salud Rodríguez explica que el no escribir le atrajo situaciones incómodas en el día a día. Ejemplifica las veces que ha tenido que firmar contratos y tiene que admitir ante el responsable que no sabe escribir. También recuerda las veces que en el trabajo le solicitaban anotar datos, pero tras intentarlo, terminaba por aceptar que no sabía.
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Confiesa que la necesidad le hizo aprender a registrar su nombre, su domicilio y todos esos datos que resultan indispensables. Ni una palabra más. Con esto le ha sido suficiente para poder sobrellevar la vida, pero no deja de aclarar que es consciente de que se trata de “algo vergonzoso de lo que no se siente orgullosa”
María de la Salud se casó y tuvo tres hijos. Dejó de contar con el apoyo de su marido y se enfocó en darles estudio a sus niños para que no sufrieran lo que a ella le tocó. Por fortuna y gracias a las muchas horas de trabajo que ha acumulado en años, celebra que todos concluyeron sus escuelas: saben leer, escribir y mantienen sus empleos.
“Ellos se sienten orgullosos de mí porque les pude dar sus estudios y esa es una satisfacción que me queda, también me lo dicen en el trabajo, que no tengo motivos para sentir pena, pues pude sacar a mis hijos adelante, además de que me he mantenido por 42 años en el mismo trabajo, es como mi segunda casa y si no estuviera aquí, yo me muero”.
Aunque todavía sus nietas le insisten en tomar clases para que aprenda a escribir, dice que ya es tarde. Que tiene 61 años de edad y ya no lo encuentra necesario. “Estoy grande, mis hijos ya pudieron y yo mejor ahí la dejo”.