MORELIA, Mich.- (OEM-Infomex).- A pesar de que el Archivo de Catedral está integrado por un acervo histórico importante con relación a las actas de Cabildo, que van desde 1586 hasta 2017, y de la Curia de Justicia, con documentos más recientes, también guarda en su interior cuatro espacios con artículos contemporáneos que son significativos para la Iglesia.
El archivo documental está divido en dos partes: la primera trata sobre las actas de Cabildo, que cuenta con un acervo de 85 libros, de los cuales el más antiguo es de 1586 y el más reciente, el número 85, de 1997. Este acervo se terminó en 2017 y contiene 20 años de asuntos administrativos.
La segunda parte está constituida por el archivo con documentos más recientes, se trata de la Curia de Justicia, que es parte de la Oficina Oficial del Obispado, y es relativo a la Oficina Eclesiástica, la cual administra justicia a los fieles o canónigos en caso de presentarse anomalías. En este acervo se pueden observar ciertos casos de administración de la justicia.
En entrevista exclusiva para El Sol de Morelia, José Pascual Guzmán de Alba, responsable del Archivo de Catedral, nos da un recorrido para conocer los detalles de este lugar que guarda parte de la historia de Morelia.
ARTÍCULOS QUE DETERMINAN LA HISTORIA
Uno de los primeros espacios dentro del archivo es el que muestra cómo se celebraba la misa anteriormente. En este lugar se encuentran las sacras, que son marcos de cobre que contienen aún la misa en latín, y consta de tres partes, con las cuales el sacerdote impartía la misa dando la vista al altar de Jesucristo, “aunque de vez en cuando volteaba hacia los feligreses para darles la bendición y en el momento de la consagración”, explicó Guzmán de Alba.
Estas sacras antiguamente adornaban el altar, la gente joven no sabe, pero muchos aún recordamos cómo se daba la misa en latín, y estos objetos dejaron de usarse cuando entró en vigor el Concilio Vaticano II, que se extendió de 1962 al 1965, a partir de ahí se cambió el tipo de altar y dejó de darse la misa en latín
El Concilio Vaticano II es considerado el hecho más importante de la historia de la Iglesia en lo que conocemos como era moderna, con el cual esta institución, a través del Papa Juan XXIII y finalizado por el Papa Pablo VI, promovió un proceso de actualización de su doctrina que constó de cuatro etapas, proceso al cual asistieron dos mil “padres conciliares” procedentes de todas las partes del mundo y de una gran diversidad de lenguas y razas, mismos que establecieron la renovación de los elementos de la misa y de gran parte de sus actividades, y una de sus primeras acciones fue la de conciliar el lenguaje en la misa, es decir, pasar del latín al idioma actual.
Estas sacras utilizadas para la celebración de la misa se encuentran en el interior del Archivo Documental de Catedral, “son tres, la principal es la que está en medio, que contiene la introducción de la misa, la Gloria a Dios y el Credo, también contiene el ofertorio, que es cuando consagra los alimentos, el pan y el vino, aquí hay un breve momento en la consagración de la misa, cuando el padre volteaba hacia los feligreses, ya que toda la misa se celebraba de espaldas a ellos, es por ello que el sacerdote que impartía la misa comenzaba del centro y luego pasaba a la sacra del lado derecho y después del izquierdo, para finalizar la misa de nueva cuenta en el centro”, comentó el encargado del archivo.
También en este mismo espacio que representa la misa antigua se encuentra un “ara”, el cual es un bloque de mármol, que es muy pesado, “ahí es donde se ponían los santos alimentos para ser consagrados, además tiene una pequeña hendidura en la cual se depositan los huesos de mártires, el ‘ara’ se bendecía y se consagraba porque era parte esencial del altar”, comentó Guzmán de Alba.
Este bloque hace referencia al altar, que proviene del latín altare “altus”, que siginifica elevación, por lo que antiguamente esta piedra se utilizaba para levantar o indicar el sitio central sagrado.
Por último, en este espacio también se encuentra un obsequio reciente, que se le dio al cardenal Alberto Suárez Inda desde España, se trata de un libro con la traducción de las dos cartas de San Pedro que se encuentran en La Biblia, la cuales forman parte de un grupo de siete cartas o epístolas.
“Estas epístolas son llamadas católicas o universales y son muy importantes porque Pedro es la piedra fundadora de la Iglesia, sus cartas son especiales porque se diferencian de las de los demás apóstoles, como Santiago, Juan, Judas Tadeo, quienes dirigieron sus cartas a las comunidades cristianas; por ejemplo, las de Pablo iban hacia los corintios, romanos, efesios, etcétera, pero éstas van dirigidas a toda la comunidad en general, a la católica, porque católico significa universal, entonces están las dos cartas de San Pedro aquí en forma de facsímil, que son replica, esta primera parte está escrita en griego antiguo o griego koiné”.
El obsequio consta de la réplica de las cartas, las originales datan del Siglo II, a este documento se le conoce como Bolmeriana VIII, y la segunda parte del obsequio consta de un libro que contiene la traducción y transcripción, primero del griego al latín y luego al español, de las cartas de San Pedro apóstol, editado por El Vaticano, a través de la Biblioteca Apostólica Vaticana, cuya introducción, texto y aparato fue realizado por el cardenal Carlos Martínez Martini en 2004.
El segundo espacio contiene los artículos personales que pertenecieron a don Leopoldo Ruiz y Flores, quien fue el cuarto arzobispo de Michoacán, ahora de Morelia, quien se enfrentó a la persecución religiosa que se presentó durante el movimiento cristero, haciendo frente a la Revolución, ya que este arzobispo durante 30 años ejerció su cargo, es decir de 1911 a 1941, y los objetos aquí vertidos son en memoria a la lucha que sostuvo.
Esta época de la historia en México y en Michoacán se conoce como guerra de los cristeros o movimiento de los cristeros, feligreses armados que se opusieron a la violencia contra la Iglesia por parte del gobierno radical que se estableció en la primera mitad del siglo XX, después de la Revolución Mexicana. En aquellos tiempos, varios sectores se disputaban el territorio del país y para lograr la batalla se limitó la liquidez de la Iglesia por parte del Estado impositivo, por lo que este último limitó el culto público y cotidiano del católico mexicano, separando a la sociedad en ciudadanos del hombre y ciudadanos de Dios.
Esta situación generó violencia hacia los sacerdotes, y en primera instancia hubo un atentado contra la imagen de la Virgen de Guadalupe en 1921, después la explosión en el Cristo del Cubilete, asimismo estallaron bombas en las catedrales de Morelia y Guadalajara; sin embargo, al llegar al poder Plutarco Elías Calles, quien representaba al sector más radical del gobierno, se aprobaría la llamada Ley Calles, en 1926, que castigaba cualquier actividad de culto de la religión cristiana y se consideró como delito, lo cual era incompatible con la vida cotidiana de la población mexicana altamente religiosa.
Por lo anterior, el episcopado suspendió las actividades del culto público y casi todos los obispos fueron expulsados violentamente del país, durante tres años la Iglesia sufrió estas circunstancias hasta que se formó la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, la cual, en primera instancia, mandó varias cartas a representantes de otros países en protesta, y tiempo después se transformó en una lucha armada, y a estos grupos de defensa se les nombró como cristeros, los cuales tuvieron presencia en Michoacán, Jalisco, Querétaro y Guanajuato, en una temporalidad que va de 1926 a 1929, que fue cuando se dio la máxima violencia contra la Iglesia y que le tocó vivir a Leopoldo Ruiz y Flores.
“Cuando la persecución religiosa, en la época de los cristeros, este sacerdote sufrió muchísimo la violencia, por ello aquí se guarda una fotografía de él, además de contener objetos personales, como las mitras (sombrero del arzobispo), las zapatillas que usaba para la celebración de las misas pontificales cuando celebraba solemnemente la misa, es un homenaje a su memoria”, narró Guzmán de Alba.
En el tercer y cuarto espacio también se encuentra un breviario, “que es un libro raro y muy antiguo que contiene el oficio divino, que son las obras canónicas que dentro de la iglesia rezan todos los días los diáconos, además de las obligaciones religiosas del clero a lo largo del año. Este breviario es aproximadamente de 1770 a 1780.
En el último espacio se encuentra un antifonario contemporáneo, el cual contiene el canto gregoriano del Miércoles de Ceniza, que es el día de la entrada a la Cuaresma, este libro contiene antífonas o rezos y los responsorios del salmo que se cantaban en la misa, que tienen su origen en los cánticos del templo de Jerusalén, pero los hay de distintos temas, que van de acuerdo al calendario eclesiástico.