Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- Su intenso color y aroma son elementos imprescindibles durante el tradicional Día de Muertos, además de ser parte esencial de los ritos y el simbolismo de esa celebración.
Considerada por los mexicas como un símbolo de vida y muerte, la flor de cempasúchil tiene su origen en México y su nombre proviene del náhuatl “cempohualxochitl” que significa 20 flores o varias flores.
Junto con las calaveritas de azúcar y el pan de muerto, esta flor es uno de los íconos de las fiestas de muertos. En la época prehispánica su color amarillo se asociaba con el sol, por lo que desde entonces era utilizada para decorar las tumbas y ofrendas; la creencia es que sus pétalos amarillos guían a los muertos durante su visita al mundo de los vivos.
Desde el siglo XVI los españoles llevaron esta flor de belleza espiritual a Europa, punto de partida para su amplia difusión actual.
El cempasúchil es una planta anual, es decir que nace y solo vive una temporada, florece cuando termina la época de lluvias y se reproduce fácilmente por semillas; crece en pleno sol y en un suelo que contenga tierra negra y composta, el cual debe mantenerse húmedo y bien drenado.
Es sumamente versátil, se adapta al entorno que la rodea; puede florecer en bosques de encino de clima templado, o en medio de la humedad de las selvas tropicales. El mayor atractivo del cempasúchil son sus múltiples colores, que van desde el amarillo al guinda e incluso hay variedades jaspeadas.
El tallo de la flor puede llegar a medir hasta un metro de altura, mientras que sus botones pueden alcanzar los cinco centímetros de diámetro.
Usos
El color amarillo de la flor de cempasúchil ha sido utilizado en la industria cosmética o de textiles para obtener pigmentos. Del mismo modo, se utilizan los pétalos para alimentar animales del sector avícola, a fin de dar una tonalidad más viva a los cascarones o a la piel de los pollos de engorda. Además es base de alimentos como el pan de muerto, salsas, bebidas como té e incluso helados.
Actualmente la flor es utilizada para darle color a textiles y hasta como medicamento: los antepasados recurrían a ella para aliviar los malestares del vómito, indigestión y diarrea.
Contribuye a la preservación de cultivos, ya que actúa como fungicida e insecticida y para prevenir el ataque de plagas en sembradíos de papa y otros productos.
El aceite obtenido de esta especie es usado no solo para hacer insecticidas, sino también perfumes.
Variedades
En México se estima que existen 35 especies de cempasúchil, de las 58 referidas para América. A pesar de ser nativa de México, el mayor productor de esta flor es China, país donde se le dan diversos usos medicinales, seguido de India y Perú.
El Estado de México, Puebla, Hidalgo, Guerrero, Michoacán, Tlaxcala, San Luis Potosí, Morelos, Oaxaca, Ciudad de México y Durango son consideradas las entidades de mayor producción de la flor.
Existen muchas variedades de cempasúchil usadas en la jardinería como planta ornamental. Las especies más importantes para crear las variedades son Tagetes patula y Tagetes erecta.
El género Tagetes cuenta con 55 especies que se distribuyen desde el suroeste de Estados Unidos hasta Argentina, de las cuales 35 son nativas México. Las especies varían en tamaño, desde 10 centímetros hasta más de dos metros de altura.
La especie Tagetes patula, nombrada por el botánico sueco Carolus Linnaeus en 1753, mide entre 20 y 50 centímetros y se encuentra en México y Guatemala.
Tagetes patula tiene propiedades medicinales, se utiliza para regular el ciclo menstrual y como desparasitante. También se ha usado contra el acné, bronquitis, dolor, resfriado común, verrugas y hasta para el espanto.
Tagetes erecta se emplea para patologías que se asocian a enfermedades y dolencias como gripe, afecciones cardiovasculares, dolor estomacal, vómito y diarrea.
La leyenda
Una leyenda prehispánica relata el origen de la flor de cempasúchil: se trata de la historia de amor entre dos jóvenes aztecas, Xóchitl y Huitzilin, quienes aún eran unos niños cuando comenzó a surgir el amor entre ellos.
Cada tarde los jóvenes subían a la cima de una montaña a regalarle flores a Tonatiuh, el dios del sol, quien les sonreía por la ofrenda. Los enamorados se juraron amor eterno.
La guerra llegó al pueblo y Huitzilin se vio obligado a ir a luchar. Tiempo después, Xóchitl se enteró del fallecimiento de su pareja, lo cual la dejó sumida en un profundo dolor.
La joven fue a la cima de la montaña por última vez para pedirle a Tonatiuh que la uniera para siempre con su enamorado. El dios lanzó un rayo que al tocar a Xóchitl la convirtió en una flor amarilla como el sol.
En esa flor se posó un colibrí; la pequeña ave era Huitzilin, y apenas él llegó, la flor se abrió en 20 pétalos. De esa manera se perpetuó la unión entre Xóchitl y Huitzilin.