En el siglo XIX, en tiempos del México independiente, la ciudad de Zamora presentó un auge cultural y económico importante debido a diversos aspectos, principalmente el florecimiento de su actividad agrícola y comercial.
Esto provocó que, con el tiempo, la élite religiosa de la ciudad hiciera varios intentos por sustraerse al poder de Morelia para crear una nueva entidad que tuviera como capital Zamora.
Uno de esos intentos fue en el año de 1846.
Según refieren historiadores, en esa época el zamorano Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, entonces diputado de la Junta Departamental (y que más adelante llegará a ser arzobispo de México), promovió y fue impulsor de la iniciativa de separar una parte de la región occidente de Michoacán fundando una nueva entidad federativa cuya capital fuera la ciudad de Zamora de Hidalgo.
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Esta parte establecía que todo el occidente de Michoacán, del Lerma al Pacífico, incluido Colima al suroeste y Ario de Rosales al sureste, se convirtiera en un estado autónomo.
Todos los municipios que habrían de formar el nuevo estado fueron presentados al Congreso de la Unión en 1889.
Sin embargo, el presidente Porfirio Díaz se opuso a cederles autonomía, pero como Antonio de Labastida era en ese momento el líder más importante de los conservadores, le ofreció diversos obsequios para compensarlo.
Además, ordenó cambiar el cauce del río Duero para que Zamora no sufriera más inundaciones.
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Al final, las aspiraciones de separación política del futuro arzobispo fueron impedidas por el Congreso federal en 1889.
No obstante, en la cuestión eclesiástica el 26 de enero de 1862 se logró fundar un nuevo obispado, la Diócesis de Zamora, teniendo como sede catedralicia la ciudad.
A partir de ese momento, la diócesis de Zamora emprendió una intensa estrategia para afianzar su poder en la región: creó un seminario y diversas escuelas con el fin de adoctrinar a la sociedad.
A finales del siglo XIX pertenecían a la Iglesia 59 por ciento de las primarias en el distrito y cien por ciento de las secundarias, según el investigador Gustavo Verduzco en su libro Una ciudad agrícola: Zamora. Del porfiriato a la agricultura de exportación.
A principios del siglo XX el clero zamorano, con sus influencias europeas, era considerado el predominante en México. Además, la diócesis contaba con un poderoso seminario que para mitad de la centuria ya había dado 15 obispos.
Si bien no se logró que Zamora fuera un estadio independiente, sí se consiguió que la iglesia tuviera un poder que pervive hasta nuestros días.