Morelia, Michoacán-(OEM-Infomex).- Cuando la doctora Any vio en los medios el caso de su colega Mariana Sánchez Dávalos, a quien asesinaron el pasado viernes en Chiapas, llegó de inmediato un pensamiento a su mente: “Esa pudo ser mi historia”.
Desafortunadamente, la noticia no se le hizo nueva, ya que asegura que cada año se conoce de alguna situación en el país en el que pasantes de medicina que prestan su servicio social sufren algún tipo de violencia, que va desde los golpes, violaciones y hasta la muerte. Sin embargo, acepta que el clamor de los egresados de la carrera que piden mejores condiciones para terminar este año es mayor.
La doctora Anayantzin Herrera Fuentes es testigo de primera mano de esta inseguridad e incertidumbre que los pasantes viven mientras prestan su servicio social en las comunidades. En 2017, mientras realizaba su último año de carrera en el municipio de Cherán, fue víctima de la violencia e indiferencia tanto de las autoridades de la comunidad, como de las de salud y educativas, episodio que recuerda como una película de terror.
Relata que los problemas inician desde la asignación de las plazas de servicio social, pues afirma que existe corrupción, puesto que las mejores son otorgadas a personas que de la nada aparecen el día de la asignación.
“Desde el principio todo va mal, porque de repente llegan a la asignación de plazas personas que nunca se han visto. Obvio no nos conocemos todos en la facultad, pero después de cinco años de convivir en la misma escuela reconoces a tus pares, pero el mero día aparecen personas que se ven de dinero y son a los que asignan las mejores plazas”, confiesa la doctora.
A pesar de tener un buen promedio en la carrera, Any no pudo conseguir un lugar para prestar su servicio en las cercanías de Morelia y tuvo que optar por la comunidad de Cherán, ya que sus opciones se cerraban a dos: lugares con fuerte presencia del crimen organizado o poblaciones indígenas.
Al llegar a la clínica ubicada en el Barrio Paricutín del municipio indígena, se sentía cómoda trabajando en el lugar mientras atendía a sus pacientes que, aunque no hablaran un español fluido, se podían entender, pero acepta que las condiciones eran deplorables, puesto que no existía ni alumbrado público y su clínica no contaba con candados que funcionaran, por lo que ella compró los suyos.
Un intruso
Esta tranquilidad fue pasajera; tiempo después, viviría uno de los momentos más complicados de toda su vida.
Esa noche llovía fuerte y debido a actividades políticas de Cherán, fue cortada la comunicación en el pueblo, por lo que era inexistente la señal de celular, situación aprovechada por una persona que pretendía entrar a la clínica donde Any se encontraba estudiando para su examen de residencia.
El intento intempestuoso y torpe alertó a la joven doctora, quien rápidamente apagó las luces de la clínica y se refugió en su consultorio mientras el desconocido merodeaba la torre de control.
“Yo creo que andaba tomado, porque sus movimientos fueron torpes, tiró unas cubetas y un trapeador que había acomodado la persona del aseo; yo apagué las luces y me encerré en el consultorio y escuchaba cómo hacía un tiradero de cosas, pienso que estaba buscando el medicamento controlado pero yo lo tenía resguardado”, dijo.
Lo más frustrante para ella fue no poder comunicarse con nadie, por lo que solo esperó hasta que el intruso se fue y pudo alertar a las autoridades. Al realizar la denuncia, los encargados de la seguridad no tomaron en serio el caso, inclusive algunos se rieron del evento, haciéndole saber que esa era la forma de cortejar de los hombres en la comunidad.
Indiferencia
“Cuando llegué a presentar la denuncia no me tomaron en cuenta, se rieron de mí y me dijeron que a ese hombre le gustaba, que así lo hacían, se las robaban, abusaban de ellas y luego pedían perdón con sus papás y se casaban. Y como en Cherán se rigen por sus costumbres nunca ningún hombre es inculpado, pero yo no pertenecía a ellos, yo no tengo por qué aguantar eso”, menciona.
Por si fuera poco, un segundo suceso similar ocurrió en diciembre del mismo año, cuando dos hombres intentaron entrar a la clínica, pero en esta ocasión, Any se vio obligada a actuar en contra de los intrusos, bloqueando la puerta con un escritorio mientras ellos continuaban forcejeando.
“En ese momento escuché que uno quería entrar por la puerta del consultorio y otro por una ventana de la torre de control; yo solo me acordaba de todos los casos que había visto de otras pasantes que asesinan o abusan y decidí que si ese era mi destino, no me iba a dejar, ya tenía mis cuchillos y un taser (inmovilizador eléctrico) que tuve que comprar”.
Puede interesarte: En Michoacán, pasantes de medicina son usados por crimen organizado
La entonces practicante se comunicó con su mamá, quien se desplazó hasta Cherán. “La policía nunca contestó ni fue, el que mandó una ambulancia por mí fue el jefe de zona, pero ya hasta que se habían ido”, recuerda.
Por si fuera poco, las autoridades de la comunidad la acusaron de haber inventado todo y desestimaron el caso, por lo que le dieron a elegir si quería continuar ahí, pero viviendo en otro lugar o moverse a un hospital en Paracho.
Debido a problemas con el otro pasante que se encontraba en Cherán, el cambio de residencia no fue posible. Any fue transferida a Paracho, donde ya era esperada por conocidos de los jefes que se habían molestado por las denuncias realizadas, mismos que le hicieron el servicio insufrible en el nuevo hospital y a modo de castigo le quitaron sus días libres.
“Llegué a Paracho y me enteré que los jefes se conocían entre sí, que no les había parecido todo el movimiento que había hecho, por lo que me exigían demasiado,no tenía días libres, era casi su esclava; en ese tiempo realicé 276 partos y 123 cesáreas, por mencionar algo”, afirma la doctora.
Desmotivada
Después de esto, perdió la vocación de solidaridad con el que entró a la carrera y decidió separarse de los hospitales para tomar el rumbo de la medicina de investigación.
“Estas cosas me desmotivaron completamente, yo llegué a la facultad con la intención de ayudar, pero en cada paso que das, te enteras que la gente es malagradecida, que no te tratan bien y aparte de todo, no hay nadie quien te cuide o que le importe lo que nos pase”.
Síndrome de Estocolmo en los estudiantes de medicina
Para Any no es raro que los pasantes de medicina resistan tantos malos tratos, pues afirma que la carrera es un “amante tóxico” que a muchas personas les hace daño, pero no pueden dejarla debido al tiempo invertido en ella y la presión social, sin mencionar que muchos de los alumnos de la profesión normalizan los abusos y los definen como formadores de carácter.
“Somos rehénes de la carrera, la verdad, ya algunos estamos cansados de ella, pero no la dejamos porque no sabemos qué hacer de nuestra vida sin la medicina y con tantos años invertidos en la formación. Por esas cosas no vale la pena, menos con el trato malo de la gente que te exige y piensa que solo eres una herramienta más.”
Dice que el gremio no apoya en ese aspecto, pues se llega a desarrollar el síndrome de Estocolmo “y piensan que los maltratos son por su bien, que esos los hará mejores médicos y presionan a sus compañeros que no quieren ni tienen la necesidad de aguantar ese tipo de cosas.”
La profesionista no cree que este movimiento vaya a cambiar sustancialmente la problemática de los pasantes, quienes siguen siendo la mano de obra barata para todos los municipios que requieren un doctor titulado. “Al gobierno le es más fácil llevar a estudiantes de medicina para que cubran los 113 municipios del estado en lugar de pagar 10 mil pesos a un médico con cédula en cada una de las clínicas,” concluye.