/ domingo 18 de agosto de 2024

Doña Cata, dueña de la panadería más antigua de Tlalpujahua

Llegó a Tlalpujahua en el año 1960 y no ha abandonado el oficio de panadera desde entonces

Morelia, Michoacán.-Catalina González García, así se llama la dueña de la panadería más antigua de Tlalpujahua: "La Flor de Michoacán". La mujer tiene 87 años, es de tez morena, cabello cano, ojos pequeños, de estatura baja, pero fuerte como un roble; ha administrado su negocio durante seis décadas, pese a todas las adversidades.

Primero lava los trastes de la comida y luego atiende la entrevista a un costado del horno de leña. Lleva una sudadera gris, y un mandil de flores moradas. Mientras enjuaga los platos y cubiertos escucha los diálogos de "Eso", la película de 1990 desde una televisión pequeña marca Daewoo.

Son las cuatro y media del sábado. En el poblado llueve y los clientes llegan en busca de pan al número 5 de la calle Vicente Guerrero, en el centro. Su hijo Roberto atiende y ella acomoda sobre la mesa un jarro de barro con agua y limón. Se sienta. Escucha atenta las preguntas y luego, con soltura me cuenta sobre su oficio:

La Flor de Michoacán tiene aproximadamente 75 años, pero antes de que doña Cata llegara, el dueño fue un tal Enríque que contrató a su esposo Roberto López cuando era joven. La pareja era originaria de El Oro, en el Estado de México, pero después de casarse y la llegada de dos hijos se mudaron a Tlalpujahua.

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Creo que llegamos en el año 60, ya se trabajaba esta panadería, los dueños ya estaban establecidos, en ese entonces habían tres panaderías, la de doña Pachita, y la de Don Lupe, yo tenía como 20 años.

Catalina González García, panadera

En El Oro junto a su esposo se dedicaban a hacer pan. Dice que ella se levantaba temprano y acostaba a su hija Virginia sobre unos costales, en el "amasijo" y boleaba la masa, limpiaba charolas, le acercaba las hojas al horno o las acomodaba en los estantes.

Sin embargo, Roberto López enfermó joven y murió. La señora se hizo cargo del negocio, aunque hasta ese momento no era propio. Con ella trabajaba un muchacho, Arturo, que después quiso comprar dicha panadería, pero doña Cata habló con el propietario y le pidió tiempo para poder adquirirla.

Catalina Gonzáles García, panadera / Foto: Gabriela Serralde / El Sol de Morelia

"Me dijo que sí yo me la quedaba o se la iba a vender a Arturo porque la quería y yo le dije que no, que si yo estaba trabajando aquí, yo se la podía comprar, que nada más me diera la facilidad de conseguir el dinero".

En ese entonces le costó alrededor de 5 mil pesos. Ella, con cinco hijos a su cuidado compró la panadería. Su jornada laboral empezaba en la madrugada, aprendió a hacer de todo, bolillo, bizcochos, conchas... todo a mano porque no contaban con máquinas.

Doña Cata asegura que el oficio le gustó desde un principio. Estudió hasta segundo de primaria, pero por su cuenta aprendió las tablas de multiplicar, y poco a poco lo necesario para hacer lo que por muchos años le brindó solvencia económica para mantener a sus hijos.

Al preguntarle qué significa su panadería se le inundan los ojos de lágrimas, y aunque se le quiebra un poco la voz, afirma que mucho porque pudo ofrecerle a sus hijos los estudios: a Virginia, Roberto, Gabina, Jordán, Martín, Fernando, Leonardo, Alejandro, Ángel y Emanuel.

"Yo levanté esto. Yo no me acuerdo cómo, pero cuando estaba aquí el albañil me decía necesito esto, lo otro y mi trabajo me permitió hacer está casa para que se metieran mis hijos, me costó. No sé cómo lo hice, pero supe administrar todo".

Pese a sus 87 años, Catalina González se levanta diario a las 5:30 de la mañana, baja a preparar café, limpia aquí y allá. Luego, almuerza con algunos de sus hijos. Realiza su quehacer, atiende el negocio, paga servicios, materias primas, la leña. De todo un poco.

Pero con los años admite que las ventas han cambiado, e incluso el número de panaderos, pues antes contaba hasta con cinco, y ahora solo uno acude a hacer el pan. Aunque sigue conservando clientes de antaño, dice que no la han olvidado.

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Son casi las cinco y media de la tarde. No deja de llover. Por toda la casa hay periódicos, algunas hojas sueltas, y también revistas. Me platica que a diario compra el impreso y que le gustan las sopas de letras. Compraba El Sol de Morelia, Excélsior, El Universal. Lee a ratitos.

Por último, sobre las mujeres de su familia afirma que fueron y son un pilar muy importante. Su abuela, Petra Albino García hacía tortillas y las vendía, una fémina fuerte; su mamá, Ángela García Albino, ofrecía pulque y lavaba ropa ajena. Ella y sus hermanos le ayudaban. Y por último, sus hijas: Virginia y Gabina... Se dirige hacia el despacho y observa su negocio. Doña Cata, "la patrona" exclama a su hijo Roberto, ella, una matriarca en toda la extensión de la palabra.

Panadería La Flor de Michoacán / Foto: Gabriela Serralde / El Sol de Morelia

Morelia, Michoacán.-Catalina González García, así se llama la dueña de la panadería más antigua de Tlalpujahua: "La Flor de Michoacán". La mujer tiene 87 años, es de tez morena, cabello cano, ojos pequeños, de estatura baja, pero fuerte como un roble; ha administrado su negocio durante seis décadas, pese a todas las adversidades.

Primero lava los trastes de la comida y luego atiende la entrevista a un costado del horno de leña. Lleva una sudadera gris, y un mandil de flores moradas. Mientras enjuaga los platos y cubiertos escucha los diálogos de "Eso", la película de 1990 desde una televisión pequeña marca Daewoo.

Son las cuatro y media del sábado. En el poblado llueve y los clientes llegan en busca de pan al número 5 de la calle Vicente Guerrero, en el centro. Su hijo Roberto atiende y ella acomoda sobre la mesa un jarro de barro con agua y limón. Se sienta. Escucha atenta las preguntas y luego, con soltura me cuenta sobre su oficio:

La Flor de Michoacán tiene aproximadamente 75 años, pero antes de que doña Cata llegara, el dueño fue un tal Enríque que contrató a su esposo Roberto López cuando era joven. La pareja era originaria de El Oro, en el Estado de México, pero después de casarse y la llegada de dos hijos se mudaron a Tlalpujahua.

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Creo que llegamos en el año 60, ya se trabajaba esta panadería, los dueños ya estaban establecidos, en ese entonces habían tres panaderías, la de doña Pachita, y la de Don Lupe, yo tenía como 20 años.

Catalina González García, panadera

En El Oro junto a su esposo se dedicaban a hacer pan. Dice que ella se levantaba temprano y acostaba a su hija Virginia sobre unos costales, en el "amasijo" y boleaba la masa, limpiaba charolas, le acercaba las hojas al horno o las acomodaba en los estantes.

Sin embargo, Roberto López enfermó joven y murió. La señora se hizo cargo del negocio, aunque hasta ese momento no era propio. Con ella trabajaba un muchacho, Arturo, que después quiso comprar dicha panadería, pero doña Cata habló con el propietario y le pidió tiempo para poder adquirirla.

Catalina Gonzáles García, panadera / Foto: Gabriela Serralde / El Sol de Morelia

"Me dijo que sí yo me la quedaba o se la iba a vender a Arturo porque la quería y yo le dije que no, que si yo estaba trabajando aquí, yo se la podía comprar, que nada más me diera la facilidad de conseguir el dinero".

En ese entonces le costó alrededor de 5 mil pesos. Ella, con cinco hijos a su cuidado compró la panadería. Su jornada laboral empezaba en la madrugada, aprendió a hacer de todo, bolillo, bizcochos, conchas... todo a mano porque no contaban con máquinas.

Doña Cata asegura que el oficio le gustó desde un principio. Estudió hasta segundo de primaria, pero por su cuenta aprendió las tablas de multiplicar, y poco a poco lo necesario para hacer lo que por muchos años le brindó solvencia económica para mantener a sus hijos.

Al preguntarle qué significa su panadería se le inundan los ojos de lágrimas, y aunque se le quiebra un poco la voz, afirma que mucho porque pudo ofrecerle a sus hijos los estudios: a Virginia, Roberto, Gabina, Jordán, Martín, Fernando, Leonardo, Alejandro, Ángel y Emanuel.

"Yo levanté esto. Yo no me acuerdo cómo, pero cuando estaba aquí el albañil me decía necesito esto, lo otro y mi trabajo me permitió hacer está casa para que se metieran mis hijos, me costó. No sé cómo lo hice, pero supe administrar todo".

Pese a sus 87 años, Catalina González se levanta diario a las 5:30 de la mañana, baja a preparar café, limpia aquí y allá. Luego, almuerza con algunos de sus hijos. Realiza su quehacer, atiende el negocio, paga servicios, materias primas, la leña. De todo un poco.

Pero con los años admite que las ventas han cambiado, e incluso el número de panaderos, pues antes contaba hasta con cinco, y ahora solo uno acude a hacer el pan. Aunque sigue conservando clientes de antaño, dice que no la han olvidado.

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Son casi las cinco y media de la tarde. No deja de llover. Por toda la casa hay periódicos, algunas hojas sueltas, y también revistas. Me platica que a diario compra el impreso y que le gustan las sopas de letras. Compraba El Sol de Morelia, Excélsior, El Universal. Lee a ratitos.

Por último, sobre las mujeres de su familia afirma que fueron y son un pilar muy importante. Su abuela, Petra Albino García hacía tortillas y las vendía, una fémina fuerte; su mamá, Ángela García Albino, ofrecía pulque y lavaba ropa ajena. Ella y sus hermanos le ayudaban. Y por último, sus hijas: Virginia y Gabina... Se dirige hacia el despacho y observa su negocio. Doña Cata, "la patrona" exclama a su hijo Roberto, ella, una matriarca en toda la extensión de la palabra.

Panadería La Flor de Michoacán / Foto: Gabriela Serralde / El Sol de Morelia

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