Morelia, Michoacán.- Ahora es un lugar de referencia para el turismo, pero alguna vez fue un espacio particular. Hablamos del hotel La Soledad y su historia la podemos conocer gracias al libro de Gabriel Ibarrola Arriaga, Familias y Casas de la Vieja Valladolid.
De acuerdo con la mencionada obra, que este medio consultó gracias a la intermediación del historiador Ricardo Espejel, el edificio donde ahora está el hotel era conocido por las personas que vivieron en esta ciudad en el siglo XVII como la casa de los Alemanes o de Las Moronas, porque los dueños eran Miguel Alemán y Eugenia Morón.
En su texto, Ibarrola Arriaga describió un lugar sencillo: “Tenía un gran solar y unos cuantos cuartos techados de teja, su patio estaba empedrado y sus corredores eran de pilares de madera y muy bajos”.
Pero las cosas cambiaron en el año de 1735, pues de acuerdo al relato de Ibarrola Arriaga, la casa fue comprada por el regidor de Valladolid José Álvarez de Eulate y Marcilla Mendevil, un hombre originario de la española Navarra que vino acá para casarse con la patzcuarense Andrea Manuela de Anaya Valdés y Rojas.
Como sus pomposos nombres dejan entrever, eran de alcurnia. Demolieron a Las Moronas y construyeron la planta baja. Ibarrola Arriaga escribió que ellos “pretendían hacer un palacio semejante al que sus mayores tenían cerca de la Villa de Falces”, es decir, que se pareciera a una propiedad de la familia del esposo en España.
Y aquí viene de nuevo la historia a hacer sus giros, porque en mitad de la construcción ocurrió que el hijo de ambos, llamado Fausto, se murió. Entonces, señaló el historiador “los padres entraron en profunda tristeza y no volvieron a pensar que se continuara la construcción de la casa”.
El duelo no les dejó seguir su proyecto e incluso en 1749, José Álvarez de Eulate y Marcilla Mendevil la donó a otra señora copetona de la época, llamada Luisa del Rosario y Ahumada, marquesa de las Amarillas. Y luego, Álvarez de Eularte se murió en 1752, su esposa se fue a la Ciudad de México y la casa la transformó en un mesón; de hecho se la arrendó a una mujer llamada María Manuela Centeno, conocida como Manuela la Morisca, en 1759.
Según el libro que citamos, se le conoció como Mesón de Ulate, tenía diez cuartos disponibles para habitar y hasta se describe qué muebles tuvo: “diez camas ordinarias de pino serrano, once mesas, once bancos ordinarios, siete taburetes y cuatro sillas, tres escabelitos quebrados, una mesita con tres escritorios embutidos, diez y siete cuadros de pinturas diferentes de santos, una grande de dos varas y las otras chiquitas, para ponerse en los cuartos, y en la esquina hay un armazón de tienda…”
El asunto es que Manuela la Morisca lo arrendará por un lustro y debía pagar cada año una cuota de 315 pesos. Pero no pudo cumplir porque era una mujer que gustaba de una diversión particular: los juegos de cartas y de azar, en los que se volvió tan diestra que siempre desfalcaba a sus oponentes, los cuales con el ego y el bolsillo herido la acusaron ante las autoridades civiles.
No eran tiempos de feminismo, así que expulsaron a Manuela la Morisca de la ciudad e incluso le imputaron que “en caso de que se le volviera a encontrar con cartas en la mano, sería condenada a ser metida tres días de cabeza en el cepo”. Por cierto que el responsable de esto fue un tipo llamado Francisco Xavier de Ibarrola y Gorbea.
Ibarrola Arriaga no consignó lo que pasó después con Manuela la Morisca, pero sí expuso que luego de este episodio, Luis Manuel de Esquiroz compró el Mesón de Ulate y lo mejoró notablemente. Pero como si hubiera una maldición, este hombre murió y la propiedad fue puesta en subasta el 20 de febrero de 1799.
La propiedad fue comprada por un hombre llamado Manuel Bermúdez por una cantidad que parecería ridícula hoy: 6 mil 500 pesos. Peor todavía, este señor vendió al Mesón de Ulate dos años después por 6 mil pesos a José Peredo y Agüero. Él construyó la planta alta y fue quien le puso el nombre que perdura hasta hoy, La Soledad.