Morelia, Mich (OEM-Infomex).- “No te doy nada”, así de clara y sin tacto, fue como me respondió al solicitarle una entrevista. La dueña de la Lonchería Galeana no sabe de actitudes políticamente correctas ni de falsas cortesías, mientras menos entables diálogo para ella es mejor.
Inaugurada en el año de 1990, este lugar ubicado en el Centro Histórico de Morelia se ha convertido en un emblema de los bajos precios y la salvación de los trabajadores y estudiantes que merodean por las escuelas de la zona.
Con precios que van desde los 18 pesos y llegando como a límite a los 27 pesos, en Galeana las quesadillas, hamburguesas, sincronizadas, tortas de milanesa, choriqueso, huevo, jamón, aguacate y la especial, han montado barricada a la inevitable inflación económica que anualmente se registra en el país.
El espacio se localiza precisamente en la calle Galeana, a un par de cuadras antes de llegar a la plaza Carrillo. Ahí, en menos de cinco metros de largo por unos tres de ancho, todos los días se introducen clientes a ocupar alguno de los viejos bancos de color blanco con señales de oxidación.
Quien ya conoce el protocolo, sabe que el silencio es lo que predomina. En ocasiones, no existe un solo intercambio de palabras entre propietaria y comensal. Tras observar el menú que se encuentra visible en el mostrador, lo que prosigue es anotar en una mini libreta tu pedido, el cual deberá ser claro en las indicaciones: especificar si tu torta la quieres con todo, para llevar o comer ahí mismo y de paso señalar la bebida que vas a ingerir. De no hacerlo así, seguro que te ganarás un gesto de reprobación como postre.
“Yo tengo viniendo como quince años, desde que estaba en la preparatoria. Antes los precios eran todavía más bajos, me acuerdo que la torta especial estaba en 12.50 y era la más cara, entonces el licuado rondaba los siete pesos. Eso sí, la señora siempre ha sido de actitud ruda”, me explica Fernando Villareal, quien forma parte del listado de clientes fieles de Galeana.
-Señora, ¿sabe si por aquí rentan locales?
-No
Así de cortante es la conversación que se ha generado cuando una señora ha entrado al establecimiento en búsqueda de información. Tras el rotundo “no”, ha esperado unos segundos para ver si llegaba alguna frase como complemento. Pero la mandamás de Galeana ha seguido en lo suyo, prácticamente ignorándola y ante ello, no le ha quedado de otra que salir del local suspirando un “gracias” que pasó olímpicamente inadvertido.
De pómulos caídos, ojos rasgados, vestida con una mascarilla para protegerse del covid, un mandil blanco, una red sobre el cabello y con alrededor de 70 años encima, la señora de Galeana es la mejor en lo que hace. Con increíble velocidad atiende a sus clientes y sin importar que el lugar esté lleno, es cosa de unos pocos minutos para desahogar el flujo.
Observa las anotaciones en su libreta y de inmediato inicia con el proceso en el que se incluye hacer hasta tres cosas al mismo tiempo. Los comportamientos sociales no son lo de ella, pero, en cambio, posee la cualidad de no permitir la austeridad en su trabajo, pues jamás escatima en los ingredientes que llevará tu pedido ni mucho menos en los jugos y licuados.
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Si eres de los pocos afortunados que seguramente la conocen desde el día que abrió su lonchería, probablemente deje escapar alguna frase amable como agradecimiento antes de que abandones el sitio. Pero hay que decirlo, eso casi nunca sucede.
Bajo el riesgo de que el rechazo pueda ser todavía más hiriente que el primero, intento de nuevo la entrevista. Le explico que solo es para conocer la historia de lo que consideramos un lugar tradicional y de precios amables con la clase trabajadora.
Para que entienda que su negativa va en serio, me mira directamente a los ojos y expone su alegato sin permitir ninguna especie de retórica: “No hijo, ya sabes cómo están las cosas”. Ni hablar, totalmente resignado me pido mi torta de milanesa y mi licuado de fresa distribuido a dos vasos. La hostilidad nunca me había sabido tan deliciosa.