Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- En cuanto se abre la puerta, Dora y Duna menean el trasero de felicidad. Olvidándose por completo de sus dueños, las perras bajan a toda prisa las escaleras y no muestran reparo alguno para dejarse colocar el collar. Son de talla grande, pero desde que comienza el paseo se mantienen obedientes y caminando al mismo ritmo que José Colín, su paseador.
Cruzan por la Plaza Villalongín para llegar al Bosque Cuauhtémoc y dirigirse por todo Acueducto hacia la colonia Chapultepec, donde José recibirá a Carola, Marcelo y Jacinto. Ahora sí, la manada está completa y lista para transitar con la lengua de fuera por las calles del centro de la ciudad.
José no es un educador canino ni pretende serlo, pero por allá del 2014, cuando trabajaba en una veterinaria, una clienta le ofreció pagarle por pasear a su mascota. En aquel momento, nunca se imaginó que estaba por iniciarse en lo que se convertiría su principal actividad laboral, donde de lunes a sábado camina por Morelia a lo largo del día con un total de 20 perros.
“Es un trabajo difícil porque yo traigo a mis perros y se portan bien, no son agresivos, los conozco, pero no sabes cómo se van a comportar los perros que andan por las calles. Sin embargo, hasta el momento no me ha tocado una situación que lamentar, aunque he sabido de casos donde a los paseadores se les han llegado a pelear los animales y es complicado porque están bajo tu responsabilidad”.
La jornada de José inicia a las seis de la mañana. Con un mapeo perfectamente estructurado, hace sus paseos por zonas, ya sea de manera individual o en manadas. Tras culminar en el sector del Centro Histórico, se trasladará a Santa María y más tarde, cuando el sol no lastime las patas de los perros, hará lo propio en la colonia Industrial y Tres Marías.
Durante el recorrido que es parsimonioso y en el que se cumple a cabalidad la hora que se promete en el servicio, José de repente dedica algunas caricias a los perros, pero son escasas, pues dice que en el sentido profesional no es lo ideal encariñarse con ellos.
Y es que, en casi una década, también ha sido testigo de aquellos perros que han fallecido, como es el caso de Carbón, Titán, Chester, Max y Whisky, a quienes de alguna manera recuerda como sus compañeros de viaje dentro de la cotidianidad en la urbe.
"La experiencia más fuerte que he tenido en este sentido fue con un pastor alemán. Su dueña me pidió que la acompañara al médico para que le tomaran unas placas, lo hicimos y cuando veníamos caminando de regreso, el perro se empezó a quedar atrás hasta que se tiró al piso y ya no pudo más. En esos momentos, también nos toca hacerla de psicólogos y consolar a los dueños".
José Colín tiene 37 años, lleva una playera de manga larga, una gorra, bolsas para las heces y sus litros de agua. Cobra a 60 pesos la hora de paseo y si la jornada pinta bien, ha llegado a congregar en una sola ruta hasta 15 perros, algo que hace nueve años lo veía imposible.
Actualmente se encuentra tomando cursos de auxilio canino, pues es consciente de que en este oficio se puede necesitar. Dice que no tiene técnicas ni conocimientos que lo han llevado a tener un control tan preciso con su manada. "Solamente se me da", asegura mientras avanza sin prisa alguna a la altura de la XXI Zona Militar.
"Mucha gente va al psicólogo para atender sus problemas, pero a mí lo que me funciona es caminar con los perros. En estos paseos cotidianos, también aprovecho el tiempo para meditar y pensar en las cosas que debo solucionar y si encima de eso me pagan, pues mejor".
Con el paso del tiempo, refiere que ha aprendido a conocer y entender a los perros. Sabe cuando están de mal humor e incluso si atraviesan una crisis de tristeza. Ha llegado a pensar que lo suyo puede ser un talento nato, o como le suele decir una de sus clientas, es el "encantador de perros de los pobres" por los precios bajos que maneja.
Cuando regresa de su primer paseo a eso de las nueve de la mañana, Dora y Duna se despiden de él y suben las escaleras lentamente mientras menean el trasero de nueva cuenta, con la diferencia de que se encuentran agotadas y listas para desayunar.
Le pregunto a José sobre el destino y no estoy seguro si cree en él, pero relata que en el 2009 de la noche a la mañana tomó la decisión de irse a la frontera para cruzar a los Estados Unidos como ilegal por el Río Bravo. En aquellos días, estaba convencido de que su destino, como el de muchos mexicanos, se encontraba en el campo bajo el intenso sol de Texas.
Una visita exprés a Morelia para conocer a su sobrina le cambió el panorama, pues justo cuando pensaba en volver al confuso "sueño americano", una oferta laboral en una veterinaria le significaría un giro total a su vida. Ahora, admite que se ve muchos años en este oficio y que simplemente quiere seguir haciendo lo mismo que quieren todos los perros: caminar.