Morelia, Michoacán (OEM-infomex).- Año 1994. La modernidad. México firma el tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y promete un ingreso voraz al primer mundo. En Morelia, se registra una larga fila. Todos quieren boletos. La gente se ríe, compra palomitas para los niños y la multitud queda sorprendida por la infraestructura del lugar. Ya nada es como antes. La función va a comenzar.
Dejando atrás el Cine Morelos, Cinemas Gemelos y Multicinemas, la Organización Ramírez promete innovar la manera de ver películas con Cinépolis. Dirigida por el hijo recién graduado de Harvard y Oxford, se dan manos a la obra. Todo comienza a modificarse; la compra de boletos ya no es la misma y se cuida hasta el más mínimo detalle frente a la pantalla. Llega Hollywood, la función premier, las salas VIP, preventas, asientos numerados, más dulcería, festivales… revolucionar. Uno nunca sabe del todo cómo van a terminar las revueltas.
Año 2021. Rosa Isela Sánchez Corona y sus tres hijos están frente a la cartelera. Han llegado al acuerdo de no elegir ninguna película de terror. “Suficiente tenemos con lo que hay afuera”, les explica la madre. La decisión no es tan complicada, pues las cintas disponibles son las mismas desde hace un par de meses. Optan por Dime cuando tú de Gerardo Gatica. Sin filas y sin riesgo de quedarse sin boletos, acceden a una sala prácticamente vacía. La pandemia sabe de igualdades y también pega en el bolsillo de los que más tienen.
Aunque la cadena Cinépolis ha emitido un comunicado en el que informan que no cerrarán sus cines, para el director y realizador cinematográfico moreliano, Adrián González Camargo, la pandemia ha venido a acentuar y acrecentar la crisis que vive la industria, producto del avance de las plataformas digitales.
“Se tiene que poner en perspectiva, no podemos verlo como algo que sucede ahorita y ya. Creo que no sólo es un tema que se relacione con el consumo del cine, sino en general con la individualización, como un momento de la historia donde la gente se hace más hacia adentro, donde cada vez se relaciona menos y estamos menos interconectados gracias al internet, computadoras portátiles y teléfonos inteligentes”.
Pero Adrián Camargo también lanza una advertencia: las cadenas no son completamente víctimas. Habla de cómo el cine se fue convirtiendo en un entretenimiento que no es de fácil acceso para toda la población, de cómo el costo de un boleto se equipara al salario mínimo, de cómo la dulcería incrementó sus precios al 400 por ciento y de la manera en que han ido beneficiando más a las películas hollywoodenses por encima de otros trabajos.
Eran 200 aspirantes. Cuando Geovana Juvera Guillen acudió en busca de un empleo, se encontró que eran muchos los que también querían convertirse en “cinepolitos”. El proceso comenzó con exámenes psicométricos, etapa en la que se descartaron a 50 candidatos. Luego vinieron las entrevistas personales y quedaron 100 seleccionados.
Ya en la fase de capacitación que tuvo una duración de dos meses, aprendieron a trabajar en todas las áreas: taquillas, dulcería, pisos y baños. Pero como no había espacio para todos, el listado final se redujo a 60 “cinepolitos”.
Geovana laboró para la cadena por un periodo de cuatro años y medio. “Desde el inicio te advierten que es un trabajo pesado, pero yo nunca sentí que me explotaran”. Con memoria fina, detalla que la empresa solamente les permitía descansar lunes o martes, que de las grandes empresas, Cinépolis era la que mejor pagaba al área estudiantil y que solían darle dos cortesías al mes para acudir a una función.
También recuerda que cuando se atendía en dulcería debían tener una concentración del 200 por ciento, pues ante cualquier faltante de dinero, ellos terminarían cubriéndolo de su salario. Lo mismo sucedía con el uniforme; perderlo, implicaba pagarlo. “Como trabajadores podíamos acudir con el Sindicato de Trabajadores de la Industria Cinematográfica (STIC) y de alguna manera ellos te apoyaban y te asesoraban, sobre todo cuando tenías problemas con gerentes o el finiquito”.
Si tu comportamiento era cuestionable para los patrones, relata que los enviaban a limpiar los baños, ya que lo consideraban como lo más indigno. “No estaba tan mal, es un área donde no te vigilan y hasta tiempo te podías dar para ver películas”.
A medio camino, Geovana solicitó su cambio de sede. Aunque se sentía cómoda en la parte laboral, admite que le fue insoportable el acoso sexual. Cuenta que el gerente en turno pasó de prometerle tarjetas de crédito y departamentos, a toquetearla. “Cuando me tocó las nalgas, mi reacción inmediata fue romperle la boca”.
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La práctica se había convertido en algún común. El gerente, del cual se reservó el nombre, acostumbraba a tocar a las trabajadoras. Una compañera de Geovana no lo toleró y presentó una demanda, pero la cosa no avanzó. La empresa llegó a un acuerdo económico y puso carpetazo al asunto.
Geovana es sincera y admite que nunca se animó a seguir el camino legal. Argumenta que por aquellos años necesitaba del dinero para solventar sus estudios. “Generalmente no dices nada, lo dejas pasar, no quieres problemas… yo lo que quería era simplemente irme”.
En el año de 1994 se estrenaron películas como Pulp Fiction de Quentin Tarantino, Forrest Gump de Robert Zemeckis, Cadena Perpetua de Frank Darabont, Entrevista con el vampiro de Neil Jordan y el clásico infantil El rey león de Rob Minkoff y Rogers Allers.
Ser de la vieja escuela. Adrián Camargo presume que no hay nada como vivir el cine en una sala, donde además de la parte visual, se puede ganar en sensaciones auditivas. Tiene la esperanza de que todos se vuelvan a dejar llevar por la experiencia colectiva de reír y llorar con desconocidos, de compartir emociones invaluables y decirle ´no´ al aislamiento.
Por lo mientras, Rosa Isela Sánchez Corona y sus tres hijos salieron felices de la función. Dice que no le importan las salas vacías y que ella seguirá asistiendo por el exclusivo hecho de que ama el cine. Es raro el silencio en los pasillos y no tener a nadie en los asientos de a lado. Ya volverán, asegura. Como sucede en las pantallas, a veces las segundas partes son mejores que las primeras.