Las cañas de Morelia, una tradición que evoluciona y se mantiene

Al menos 53 años de tradición tiene el que fue rebautizado como “Caña Fest” por las nuevas generaciones

Paola Mendoza | El Sol de Morelia

  · domingo 1 de diciembre de 2019

Foto: Adid Jiménez | El Sol de Morelia

Morelia, Mich. (OEM-Infomex).- Al comenzar los últimos días de noviembre, la Calzada Fray Antonio de San Miguel, mejor conocida como Calzada San Diego, se llena de un ambiente cálido y familiar, morelianos y visitantes parecen olvidar el frío que acompaña a las fiestas de la Virgen de Guadalupe.

A partir del 18 de noviembre, las fiestas guadalupanas se adueñan de la Calzada San Diego hasta la Avenida Tata Vasco, pasando por toda la explanada de la Plaza Jardín Morelos, cientos de personas se pasean diariamente por lo ya muchos lo conocen como “El Caña Fest”.

Cientos de puestos con manjares de todo tipo se extienden por las laterales de la Calzada, mientras que al llegar a la plaza Jardín Morelos, la explanada se convierte en un laberinto de puestos plegables, entre las luces, la música, los olores y el tradicional: “pásele por su prueba de caña, está suavecita”, Morelia vive 23 días de fiesta sin igual.

La tradición surge gracias a la llegada de miles de feligreses al santuario de “Nuestra Señora de Guadalupe”, conocido comúnmente como San Diego, para honrar a la Virgen el día 12 de diciembre, sin embargo desde los últimos días de noviembre grupos religiosos y devotos a la conocida como morenita de Tepeyac, comienza a peregrinar a la iglesia, cumpliendo o pidiendo mandas.

Para aquéllos cansados de caminar, para quienes acompañan o para aquéllos que sólo venían a ver, los puestos de caña corta, cacahuates y mandarinas comenzaron a instalarse en el lugar, aunque no se sabe el año exacto de la llegada de los vendedores establecidos en las fiestas, la tradición se arraigó a la capital michoacana desde hace más de 50 años.


Con más de medio siglo de historia, año con año, al caer la tarde sobre el oriente moreliano, la Calzada se llena de cientos de visitantes, personas en pareja, solas, con amigos y familia, el murmullo se apodera del ambiente, los gritos de los niños mientras corren cerca de las largas banquetas, se acerca y miran los juegos mecánicos del lado izquierdo, adentrándose en los puestos laterales para exclamar: “Mamá, yo quiero ese juguete”.

Las cañas, los cacahuates, las quesadillas y las aguas frías, se pelean los puesto más cercanos al arco de bienvenida de los feligreses “Bienvenidos a las fiestas, peregrinos guadalupanos”, el cual da paso a la una nueva etapa de la fiestas.

Los puestos de caña y dulces se intensifican, pero así como estos, surgen los juegos de mesa, la comida frita, las crepas, los peluches, las gorras, puestos de maquillaje, antojitos mexicanos, futbolitos, juegos mecánicos y en los últimos años juegos de realidad virtual, este festejo se ha modernizado.

Sin embargo, aún con el paso de tantos años y las transformaciones que las fiestas guadalupanas han tenido, hay quienes se mantienen siempre igual, siempre fieles al comienzo, mejorando con la experiencia y la práctica, tal es el caso de Froylán Silva Torres, un vendedor de cañas con 53 años de experiencia en el negocio.

Don Froylán es un hombre mayor de 81 años, originario del municipio de Tarímbaro, que llegó a Morelia a la edad de cuatro años, viviendo todos los cambios de la ciudad de la cantera rosa desde los años 1940, dejando una parte de su ser en la Calzada San Diego desde hace más de una década.

En el segundo puesto a mano derecha, al inicio de la explanada del Jardín Morelos, pasando la Calzada San Diego se encuentra el puesto “Caña Suavecita y Dulce de Nayarit, Con su amiga la Suliana y familia”, negocio que el señor Froylán trabajó por décadas y que ahora manejan sus hijos y nietos.

El hombre, albañil de oficio, relató una pequeña parte de su vida en entrevista para El Sol de Morelia; nos contó de aquel momento en que escuchó de un conocido que había oportunidad de vender caña corta y cacahuates durante las fiestas guadalupanas,y así en conjunto con un par de conocidos comienzan en el negocio de las cañas.

“Cuando empezamos sólo éramos cinco los que nos quedamos todo el día y las noches, antes no había velador, nos quedamos a cuidar el puesto, pero era diferente, la gente lo veía muy solo, no se animaban a llegar al final de la Calzada, no había luz ni estaba iluminado como ahorita, se ganaba lo mínimo, estamos hablando de $4, $5 pesos”.

Entre sonrisas recuerda la época en las que los vendedores se las ingeniaban para mantener sus negocios iluminados, “teníamos lámparas de aceite y de petróleo frente a los puestos, había quienes tenían hasta cuatro”, voltea a ver las luces y las carpas con focos multicolor que rodean su local y dice “nombre, no se parecía nada a como se ve ahorita”.

El vendedor recordó sus primeros años, cuando los puestos duraban los 46 días de los rosarios en la Calzada y en frente del Templo San Diego, cuando la mayoría de los vendedores acudían en los días más cercanos a la fiesta, mientras que él y sus compañeros se mantenían al pie del cañón por casi 50 días.

Ahora, las festividades guadalupanas durán de 23 a 25 días y el comercio ha cambiado mucho a lo que solía verse en aquellos años, grandes puestos de ropa, juegos electrónicos, maquillaje y hasta bisutería se encuentran ubicados en todo el territorio que abarca los festejos, durante los días fuertes se han reportado hasta 800 vendedores en la zona, cuando Don Froylán recuerda los primeros años con no más de 25 comerciantes.

Los festejos se han extendido a toda la zona, las calles aledañas al Templo San Diego se han convertido en una feria para el disfrute de todos, la seguridad ha aumentado según cuenta el vendedor de cañas y “la gente se siente con más confianza de venir, más contenta, más confiada”.

A pesar de todos los cambios que han sufrido las celebraciones religiosas y la sociedad moreliana en general, para Froylán Silva Torres hay algo que no cambia: su amor por vender cañas.

En un principio era una caña corta, muy suave, pero no tan dulce, la gente la escogía de una especie de tendedero y yo la cortaba en tabla de madera, la pasaba a una bolsita y le ponía lo básico: limón, chilito en polvo y sal

Ahora, voltea a ver su puesto, adecuado a las necesidades de la época y con nuevos insumos: cañas largas por manojo, peladores, cortacañas de metal, una variedad de chile de todos sabores y todos colores, decenas de bolsitas de $20, $30 y $50 frente al mostrador y los clásicos cacahuates asados.


Aunque los tiempos han cambiado y su papel en la realización del producto ya no es el mismo, Don Froylán sigue disfrutando de este oficio como si fuera el día uno, “yo llegó al puesto por parte a las 7:30 am y si el día está flojo me voy como a las 10, 11 de la noche, aquí siempre hay algo que hacer”.

Sin embargo, es su familia, sus hijos y nietas quienes ahora se hacen cargo del puesto familiar casi en su totalidad, mientras él supervisa de cerca los trabajos y conversa con alguno de los tantos amigos que tiene entre todos los negocios de la celebración.

Con el ceño cansado, pero los ojos brillantes, Froylán Silva Torres asegura que el continuará en su trabajo “hasta que Dios me dé licencia, no gano mucho, pero pa’ un pollito en Navidad sí sale”, se ríe al contestar. Por último dice “yo estoy y he estado aquí porque me gusta, me gusta la gente, la venta, el ambiente, me siento acogido con el lugar y aquí me voy a quedar”.

Es así como transcurre un año más, 53 años y contando, el comerciante nos despide de su puesto, no sin antes darnos un pedazo de caña recién cortada, “pruebe esta suavecita”, voltea a lo suyo y continúa lavando limones.