Morelia, Michoacán-(OEM-Infomex)-Con su Centro Histórico declarado como Patrimonio Cultural de la Humanidad en diciembre de 1991, Morelia es una ciudad que lucha por conservar la belleza arquitectónica en el marco de una dinámica social, política y económica arrastrada por necesidades que no siempre se armonizan con la herencia que dejó la antigua Valladolid.
Entrevistado por El Sol de Morelia, el arquitecto y funcionario del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) Salvador Chacón Piñón, recuerda que la capital del estado se levantó en una zona privilegiada por sus características naturales, pero se corre el riesgo de ir fragmentando la historia por procesos malentendidos de modernidad.
La Catedral, el Acueducto, el Colegio de San Nicolás, el Templo de las Rosas o el Palacio Clavijero son tan solo una pequeña muestra de la joya arquitectónica citadina, con diferentes componentes que pasan por lo religioso, lo académico y lo revolucionario. Ahí está, como ícono social innegable, la Casa Natal de Morelos, un símbolo de la Independencia del país.
“Lo que debemos entender es que el tamaño o el estilo arquitectónico no están directamente relacionados con la importancia histórica. Un ejemplo de ello son las casas particulares, porque es la radiografía que nos hace comprender la evolución de esta ciudad, esas casas pequeñas habitadas por los morelianos de otras épocas: la riqueza, pues, está en la gente, y luego en la arquitectura”, afirma el perito del INAH especializado en monumentos históricos.
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Una declaratoria de Patrimonio Cultural, como la de Morelia, sí puede perderse. Para ello, afirma Chacón, tendrían que suceder una serie de desgracias y algunas de ellas sí están ocurriendo. Una es la destrucción del patrimonio, como las intervenciones sobre edificios, la demolición o la construcción inadecuada de terrazas. “Una declaratoria de patrimonio se centra en la homogeneidad de una ciudad, en ciertas características que hacen que esa arquitectura conviva. Cuando hacemos una demolición, se daña esa armonía, y también cuando se interviene. Es como si a nuestro cuerpo le damos raspones, como si nos amputan un brazo y nos ponen uno mecánico”.
La responsabilidad de conservar este patrimonio, añade Chacón Piñón, recae sobre todo en los propietarios de los edificios, más allá de lo que pueda hacer el INAH o las diferentes instancias de gobierno federal, estatal y municipal. El Ayuntamiento tiene responsabilidad del espacio público; la Iglesia de sus templos o el gobierno de sus propios edificios. Es un trabajo, el de la conservación, en el que todos deben colaborar.
Entre grafitis y casas abandonadas
Cuestionado sobre qué tanto afecta al patrimonio arquitectónico la constante intervención sobre la cantera moreliana, en específico el grafiti que suele aparecer en manifestaciones de protesta social, Chacón acepta que el daño es diverso, comenzando por lo visual. “Los edificios tienen un carácter que se comienza a perder tras estos actos; y claro, hay un daño físico que si bien no pone en riesgo la existencia misma de los inmuebles, los va degenerando y es imposible restaurarlos, porque cualquier componente que usemos para borrar un grafiti, dejará dañada a la estructura original”.
Por otra parte, el Centro Histórico de Morelia ha visto crecer un fenómeno social en los más recientes años: el abandono de casas e inmuebles, algunos de los cuales se han derrumbado. Esto obedece principalmente a dos factores, uno es que los antiguos moradores de esta zona deciden mudarse a otra parte de la ciudad, la otra, que lo que originalmente era una casa cambia de vocación y se orienta a lo comercial.
El primer caso deja a casas sin mantenimiento y eso trae como consecuencia el deterioro. Pero lo que el especialista analiza con más alarma es el cambio de uso de suelo, pues de ser una zona residencial pasó a ser un monstruo comercial sin control.
“Ese segundo proceso ahuyenta a los antiguos habitantes del Centro. ¿Qué persona va a aguantar el ruido de un bar hasta la madrugada? Y después vienen las intervenciones, tumbar un muro para ampliar un espacio, hacer una terraza donde no debería ir, con el peligro que eso implica, pues son edificios que no fueron construidos para una azotea habitada por decenas o cientos de clientes bailando al mismo tiempo”.
Hay una bondad estructural en esos edificios, han soportado 400 años de intervenciones ilegales, reconoce Chacón, pero va a llegar el día en que no puedan más, y aparte de la pérdida arquitectónica, se corre el riesgo de perder vidas humanas. ¿Es posible conservar un patrimonio histórico sin renunciar a las aspiraciones económicas? La respuesta es positiva, dice el especialista del INAH, y hay varios ejemplos a nivel internacional que así lo han demostrado.