Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).– El día a día de una cocinera tradicional se rige por hábitos y costumbres. “Hay que levantarse al molino, hacer tortillas y el almuerzo para después ir al campo y, más tarde, abrir un rato el negocio para luego tener la comida lista para quienes se quedaron en la faena… más tarde poner el nixtamal y así hasta que llega la noche”, me dice Rosario Vera Landa, originaria de Capula.
Antes de los 10 años ya echaba las tortillas en su casa y pronto aprendió a cocinar, observando a su madre. Actualmente tiene 44 años y –junto a su hermana María Luisa– es la cocinera de la localidad más solicitada para participar en las ferias de turismo. Asegura que esas participaciones le generan “buena entrada” de dinero, pero a causa de la pandemia ya tiene más de un año sin representar a Capula en las justas culinarias. Sus especialidades van del mole al pozole batido, pasando por el tatemando de res “un platillo de fiestas” –señala–, además de las enchiladas y el pipián.
Antes de la crisis sanitaria, las llamas consumieron su cocina por dejar secar la leña junto al fogón. Eso y los cierres de fines de semana, la impelieron a vender “menudo” para llevar y, “mientras se reabre todo” buscar el sustento repartiendo el tiempo entre su florería y la hechura de “huanengos” y otros bordados en punto de cruz.
“Aquí no puede faltar el maíz blanco, azul y colorado, pero además se siembra calabaza, chilacayote, ejotes, lechugas, rábanos, chiles, jitomates y acelgas… sólo hay cultivos de temporada”, advierte con la certeza de quien lleva los ingredientes del campo a la mesa, como sólo se puede hacer en las comunidades rurales.
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Aunque la mayoría de la gente del pueblo se dedica a la alfarería, ella no pierde la esperanza de abrir pronto la cocina de su madre, ubicada a dos cuadras de la plaza principal. Al no haber invitaciones a eventos locales y haberse cancelado la Feria gastronómica de Michoacán en Sacramento, California, en mayo del año pasado, quiere regresar a la cocina para apoyar a su esposo –quien trabaja en una huerta de aguacate– con el sustento de sus tres hijas.
“Cuando se nos quemó la cocina, habíamos hecho la solicitud de un préstamo y nunca nos apoyaron con eso ni con nada”, dice quejándose del gobierno estatal y municipal también por la falta de políticas públicas emergentes para tenderle la mano al gremio de cocineras y artesanos a más de un año que iniciara la pandemia.
Con voz sosegada y buen ánimo porque “este domingo por fin nos dejarán abrir los negocios”, dice que el mayor apoyo en estos tiempos “es reconocer el trabajo de la gente del pueblo”, lo cual se traduce en visitar Capula para comprar piezas de barro y de paso probar alguno de los platillos típicos que ahí se preparan con semillas, frutas y legumbres recién cosechadas.
