Morelia, Micoacán (OEM-Infomex).- La migración forzada no sólo es provocada por el crimen y la violencia, sino también por los efectos del cambio climático -provocados o no-, como la deforestación, los incendios forestales, la sequía y contaminación de lagos y ríos y la erosión de la tierra, entre otros factores.
Justo eso comienza a percibirse en el estado y otras partes del país, donde los habitantes de comunidades pequeñas, que hasta hace poco vivían de los recursos naturales, están siendo obligadas a emigrar.
Es lo que ocurre entre el 1 y el 4 de junio en el Cerro de la Laja, municipio de Madero, donde más de 20 familias han manifestado la intención de abandonar sus predios luego de que un incendio arrasara con 2 mil 500 hectáreas de pinos.
Se trata de personas que viven de la producción de resina y en menor medida de siembra de maiz, pero ante la pérdida total de sus terrenos, ya piensan en migrar y emplearse como peones o alguna actividad del campo.
Auxilio Rangel Cortés, un hombre de 56 años, fue el primero en darse cuenta que había fuego cerca de su predio aquel 1 de junio. Por la mañana tomó su hacha para rebanar los pinos, se montó en un burro y en el camino notó que salía humo. Enseguida avisó a su mujer y pronto llegaron los vecinos, quienes se organizaron para combatir la lumbre, pero por más que lo intentaban, por más que abrían camino y lanzaban agua, la fuerza de la naturaleza fue más grande.
En su peor crisis, el incendio se extendió a la casa de don Chilo, una construcción de madera que pronto quedó hecha cenizas, de la que solo alcanzó a sacar algunos documentos, sus ahorros y nada más. “Yo quería seguir, pero la gente me gritaba: ¡Vámonos, vámonos, ya no hay nada más qué hacer!”, relata en entrevista.
Auxilio prácticamente no conoce otra parte del mundo más que su predio del que hoy no queda nada. Ahí nació y creció, pero ahora teme moverse obligado por las circunstancias, pues ya no tendrá un solo árbol para extraer resina. “Se fue todo lo demás: ropa, credenciales, camas… todo se quemó”.
Mientras tanto, él y su esposa se refugian en una casa prestada a la espera de que llegue algo de ayuda, pero el ayuntamiento apenas le ha podido ofrecer 20 láminas para que levante una construcción austera. “No sé qué voy a hacer, ojalá que la tenencia o el municipio me ofrecieran una pensión, porque no tengo derecho a la de 65 y más”, lamenta, y ante las pocas expectativas, acepta que quizá se tenga que mudar a otro lado, ya sea a Uruapan, donde vive una de sus hijas, o a emplearse como peón a algún rancho cercano.
Benjamín Hernández es otro de los afectados. Al igual que Don Chilo, perdió el total de sus pinos y tampoco logró salvar la resina que tenía destinada para una próxima venta. “Se acabó la fuente de trabajo; en la resina trabajo yo, mis hijos y mis yernos, pero ahora no nos quedó nada y tendremos que inventarnos algo, como sembrar maíz, o de plano irnos, porque algunos ya se fueron, jalaron para Caleta”.
Los relatos de los hombres arruinados por la quema van en el mismo sentido. José, de 52 años, ha vivido siempre del monte, sólo que ahora prácticamente no le quedan árboles disponibles. Su producción era de 13 barricas de resina al mes, equivalente a dos toneladas y unos 34 mil pesos, de los que ahora ya no verá nada. “Está muy duro, ya quedó muy poquito, no hay más que rentarse de peoncito para mantener a la familia”, pronostica, sin descartar que tengan que emprender un éxodo obligado.
Alejados de todo
El incendio del Cerro de la Laja se logró sofocar hasta cuatro días después. En las horas más complicadas, sus escasos habitantes tuvieron que arreglárselas por cuenta propia, pues las brigadas de ayuda llegaron con retraso porque es una zona muy alejada en el municipio de Madero.
Para llegar hasta esos predios hay que salir de Villa Madero en camionetas de uso rudo y manejar por casi cuatro horas, casi siempre cuesta arriba, por caminos estrechos sin pavimentar, bordeando barrancos que exigen la pericia del conductor, pero sobre todo el conocimiento de la zona. Son casi 60 kilómetros de recorrido y en pleno junio la temperatura marca más de 40 grados centígrados, pues la accidentada geografía va y viene entre territorios que rozan con la Tierra Caliente.
Un anuncio de la Comisión Nacional Forestal (Conafor) es la señal para saber que ya estamos en dos predios vecinos: La Laja o La Huisachera, y Rincón de la Caja o Laja de Arroyo Verde, donde las familias afectadas por los incendios esperan respuestas del gobierno municipal y estatal, aunque pronto escucharán que en poco les van a ayudar ante la pérdida total de sus fuentes de trabajo.
El titular de Medio Ambiente de Madero, Sabás Melchor Gómez, es quien conduce la camioneta hasta los predios, recorrido que aprovecha para decirnos que los campesinos que perdieron sus árboles han vivido todos estos años de la recolección de resina, cuyo precio en el mercado es de 13 pesos el kilo, el cual se considera bajo porque no hay un proyecto estatal que busque mejores esquemas de venta.
Él mismo ha formado brigadas municipales que acudieron a las labores de apagafuegos en el Cerro de la Laja, además de que solicitaron la ayuda del gobierno estatal a través de sus helicópteros cargados de agua, conocidos como helibaldes. “Pero nomás los mandaron a sobrevolar la zona y se fueron, nunca apoyaron en nada”, lamenta.
En la presente temporada de estiaje se han registrado más incendios forestales en este municipio: 1,900 hectáreas se perdieron en la Barranca del Arco; otras 400 en el Cerro Verde y 180 en el Cerro del Moral, que el año pasado también fue quemado con la intención de plantar huertas de aguacate. Hay una mejor organización de la gente agrupada bajo la figura de “Comunidades Unidas”, señala Sabás Melchor, pero con todo y eso, este año ha habido descuidos que propiciaron las conflagraciones.
A eso hay que sumar otras prácticas que en nada ayudan al equilibrio ecológico de la región: por una parte, la siembra indiscriminada de agave para la producción de mezcal, misma que no tendría problema si no fuera porque se cortan árboles de pino con la errónea creencia de que los magueyes deben recibir los rayos del sol sin obstáculos. “No sé quién les dijo eso, pero han cortado cientos de pinos, ignorando que después van a necesitar algo de madera para procesar la bebida”, refuta Sabás.
Por otro lado, hay un basurero a cielo abierto desde 2021 con todo tipo de residuos, incluyendo animales muertos, lo que ya es un foco de infección que afecta a pequeñas comunidades aledañas. Si a eso se le suman las constantes plagas en los árboles, los aserraderos que trabajan en la impunidad e incluso la presencia del crimen organizado, el panorama luce desolador.
Riesgo de desplazamiento forzado
El activista medioambiental Julio Santoyo apunta en entrevista que además de las pérdidas económicas, el incendio pudo arrasar con especies de animales como venados, pécaris y tejones, mientras que las infiltraciones de agua se evaporaron por la presencia de las cenizas.
Por otro lado, da cuenta que familias enteras han revelado su intención por irse a vivir a otro lado, ante la desaparición de su fuente de ingresos. Esperar a que crezcan nuevos pinos es imposible, pues lleva al menos un periodo de 25 años.
La Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) apunta en su página oficial que el cambio climático “es la crisis que define nuestra época, y el desplazamiento por desastres es una de las consecuencias más devastadoras del fenómeno”. Los estragos de esa emergencia la sufren sobre todo “las personas en situación de vulnerabilidad en países frágiles y afectados por el conflicto”, añade el organismo, que hace hincapié en que la mayor parte de las víctimas viven en zonas particularmente difíciles, donde no siempre cuentan con recursos que les permitan adaptarse a un entorno cada vez más hostil.
De acuerdo a las estadísticas de ACNUR, cada año más de 20 millones de personas abandonan su hogar y se trasladan a otros puntos de su propio país debido a los peligros que causan la creciente intensidad y frecuencia de eventos climáticos extremos, tales como lluvias inusualmente fuertes, sequías prolongadas, desertificación, degradación ambiental, ciclones o aumento del nivel del mar.
Ante la falta de lluvias y el calor intenso de la zona, los pobladores del Cerro de la Laja enfrentan una situación similar, sin que nadie les ofrezca una ayuda efectiva y a largo plazo. En entrevista, el alcalde Froylán Alcauter Ibarra acepta que sólo puede dotar de láminas para la familia que perdió su casa, además de abono, semillas y despensas. En la Cofom ofrecen capacitación por parte de brigadistas, pero como su personal es limitado, advierten que tendría que ser en fases.
“No hay muchas esperanzas: en la cabecera municipal talan los montes para cambio de uso de suelo; los aguacateros atrancan los ojos de agua, hay casi 600 ollas de agua en el municipio, todas clandestinas… Se talan muchos árboles verdes y luego nos preguntamos por qué hay estos calorones, por qué se tarda tanto en llover”, concluye don Sabás Melchor, mientras conduce de regreso a Villa Madero y el cielo se torna gris, casi oscuro.