Morelia, Mich (OEM-Infomex).- “Somos la apéndice de Morelia”, dice Alejandro Díaz Romero mientras en su guarida explica a detalle cómo están conformadas cada una de las etapas del fraccionamiento Misión del Valle. En ese estudio, tan íntimo y que da un aire de ser la oficina de un detective privado, tiene sujetados en la pared cuatro mapas a gran escala de la zona que secciona estratégicamente con tinta azul, naranja y morado. “Nadie conoce este lugar como yo”, advierte como preámbulo antes de comenzar a relatar lo que, desde sus ojos, es la peor colonia de Morelia.
Por las mañanas es técnico radiólogo de la Secretaría de Salud de Michoacán (SSM), pero en las tardes se convierte en historiador, cronista, activista, conductor de un programa en Facebook, miembro del Concejo Vecinal y cartógrafo de Misión del Valle. Se presenta con una barba desalineada, lentes y una piel morena que hace dudar sobre su edad. Proveniente de Iztapalapa, Ciudad de México, no duda en enorgullecerse que es de barrio y que el miedo a su cotidianidad en esta zona se ha esfumado, pese a que un domingo del 2015, en día de tianguis, recibió un machetazo en el brazo izquierdo que le dejó una cicatriz imponente.
Hace siete años llegó al fraccionamiento y lo primero que se percató es que como población no existían para las autoridades. Poco tiempo después, vino el abandono de la constructora Dynamica Desarrollos Sustentables de Jalisco y la situación empeoró: no había servicios, la distancia con la parte urbana de Morelia era excesivamente amplia, faltaba alumbrado y seguridad.
De esa necesidad, nació el Consejo Vecinal Misión del Valle, el cual se ha establecido con un enfoque ciudadano y social que se mantiene al margen de los partidos políticos para no contaminarse, pero que, en cambio, busca crear identidad y comunidad. Desde esa trinchera, conformaron un grupo de choque que se encargaba de corretear rateros por el fraccionamiento, agarrarlos a “tablazos” y exhibirlos en redes sociales.
“Lo que queríamos es que las autoridades y los medios de comunicación nos voltearan a ver, la estrategia era dar a conocer lo que es Misión del Valle, que somos la apéndice, los desechos orgánicos que tenemos como seres humanos y que no sirven para nada (…) hemos avanzado, ahora ya somos conocidos como la peor colonia, donde roban, matan, hay casas de seguridad, narcomenudeo… es la peor forma de que nos identifiquen, pero a partir de ahí por lo menos existe un reconocimiento”.
De acuerdo con el trabajo propio que ha hecho el Consejo Vecinal, el fraccionamiento se conforma con alrededor de seis mil viviendas, de la cuales, mil 500 se encuentran abandonadas; es decir, aproximadamente entre diez y doce casas por cuadra están en dicha situación. El porqué de esta situación se centra en tres aspectos: los dueños decidieron mudarse por la falta de accesibilidad, otros más dejaron perder sus créditos y hay quienes salieron huyendo al darse cuenta de que habían sido estafados con inmuebles de mala calidad.
El delegado del Infonavit en Michoacán, Sergio Adem Argueta, explica que no pueden intervenir porque a final de cuentas son propiedades con dueños, a menos de que sean adjudicadas al instituto por parte de los tribunales a modo de garantía porque ya no se pudieron pagar. “En lo que va de mi gestión no ha sucedido, pero cuando pasa lo que se hace es ponerlas a disposición de las entidades públicas como los Ayuntamientos, se venden a un precio menor con el compromiso de que no sólo se le invierta a la vivienda, sino de que se mejore el entorno y así puedan comercializarse, pues de no regenerarse las áreas es muy complicado”.
Sin embargo, para este año, Misión del Valle no aparece como una prioridad dentro de los programas que la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu) destina para Morelia, pues dentro los quince proyectos aprobados, ninguno está destinado a esa zona. En este sentido, el titular de Bien Común y Política Social del Ayuntamiento, Adolfo Torres Ramírez, indica que por ahora sólo se tiene prevista la construcción de una unidad médica bajo una inversión de 50 millones de pesos.
Alejandro Díaz califica la realidad del fraccionamiento como un monumento a la corrupción de muchos años, que además ha originado otro problema: la invasión ilegal de las propiedades que en su momento fueron ofrecidas por la constructora en 234 mil pesos. Hablar de acciones legales en contra de los responsables es pensar utópicamente, pues se tratan de litigios prolongados en los que hay que destinar recursos económicos que el groso de la población no tiene.
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-Nos vamos en mi carro porque al tuyo no lo ubican.
Con toda la tranquilidad, Alejandro comienza el recorrido del fraccionamiento desde la primera etapa. Sin importar si los conoce o no, a todos los vecinos les dedica una mirada y los saluda, es una manera de mostrar seguridad. Las calles son una apología al deterioro: casas con cristales rotos, tablas que buscan sellar las entradas, llantas amontonadas, maleza por doquier, techos que se están viniendo abajo y viviendas que buscan defenderse de la ocupación a través de la leyenda “Esta casa tiene dueño”.
En una de esas calles se encuentra estacionada una patrulla de la Policía Michoacán y Alejandro explica que no son pocos los elementos de seguridad que viven en el fraccionamiento, pero que de poco sirve porque eligen no intervenir en los conflictos. Como en muchas partes de la ciudad, están rebasados por los grupos delincuenciales.
Incluso, en la cuarta etapa de Misión del Valle se ubica un cuartel de la Guardia Nacional y aunque su presencia ha inhibido ligeramente los robos, la violencia, el narcomenudeo y los homicidios en los alrededores, no se han logrado erradicar completamente. En los terrenos baldíos se les ve a los militares buscando minuciosamente, tratando de dar con algo, ya sean drogas o cuerpos. Dice Alejandro que estos operativos son el “pan de cada día”.
Muchos establecimientos también se encuentran en total abandono, cristaleados y con grafitis en sus fachadas. La mayoría de estos negocios no resistieron más de tres meses y el aspecto que han dejado genera una impresión de estar en una zona de guerra donde los tiroteos son constantes. Los vecinos han tratado de recuperar estos espacios para convertirlos en centros de actividades sociales y comunitarias, pero con la parte comercial de los inmuebles, también se fueron los propietarios. Nadie sabe nada de ellos.
Si en ciertas zonas del fraccionamiento es evidente la apatía y la resistencia a un cambio, hay otros sectores donde los vecinos intentan dinámicas distintas. Doña “Rolendi” y Rosario, habitantes de la calle Convento de Capuchinas, presumen el área verde que han logrado montar. Flores, arbustos, palmeras y pinos; todo adornado con figuras de Minions que improvisaron con llantas abandonadas. Lo colorido de la avenida contrasta con lo crítico de la realidad.
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-Buen día, ¿por qué toman fotos? - pregunta un tipo gordo sobre una motocicleta que se empareja al auto de Alejandro.
-Es para un reportaje periodístico… ¿si sabes quién soy yo? – responde Alejandro con un tono de voz que no deja espacio para la inseguridad y la duda.
-Sí sé quién eres y yo también te puedo demandar. Así que no me hables así que te estoy preguntando de buena manera.
-Yo también te estoy respondiendo de buena manera. Que tengas buena tarde.
-Chinga tu madre.
Tras el intercambio de hostilidades y el arrancón abrupto de la motocicleta, sólo me queda pensar que Alejandro no mentía cuando se autonombraba como alguien que venía del barrio y que había dejado el miedo en el pasado.
Acostumbrado a la escena, se ha tomado la situación con un dejo de diversión al tiempo que nos tranquiliza diciendo que no hay razones para temer. Como si el intento de intimidación hubiera provocado en él una motivación para aventurarse a lo temerario, nos conduce a la zona que el Consejo Vecinal tiene identificado como la de “raterillos”.
Situados alrededor de un camión de basura, al menos cinco hombres observan el transcurrir lento del automóvil de Alejandro mientras éste, fiel a su estilo, los observa parsimoniosamente hasta que finalmente se atreve a soltar un ligero pero contundente “buenas tardes”.
-Mira cómo tienen la casa llena de todo lo que se han robado-, expresa una vecina a Alejandro.
-Ellos son periodistas, ¿eh? - le responde en tono de advertencia.
Consciente de que se le ha escapado una verdad, no le queda de otra que asegurar que ella no tiene nada que temer y que, lo mejor, sería desalojar a esas personas. En efecto, la casa está atiborrada de ropa, juguetes, objetos de todo tipo y basura que ayuda a simular que se trata simplemente de otra vivienda abandonada.
Más que complicidad, en Misión del Valle lo que persiste es la omisión. Gran parte de los vecinos escogen el silencio como modo de sobrevivencia. Saben que si la vista se pierde en el horizonte cuando se presentan situaciones ilícitas, habrá más posibilidades de no ser víctimas de represalias.
-Después de que los políticos ganan las elecciones, ¿regresan a este lugar?-, le pregunto a Alejandro para tratar de entender por qué los avances en el fraccionamiento son tan lentos.
-Nunca… ¡ja, ja, ja¡- responde con una risa que ha aprendido a burlar a la tragedia.
Ya en un tono más serio, lamenta que la apuesta que les queda es aceptar lo que puedan o quieran dar los gobiernos en turno. “No estamos para exigir”, reconoce. En medio de estas cuatro etapas que colindan con el municipio de Tarímbaro, tiene claro que como ciudadanos existen solamente cuando representan un capital político para los de arriba. Después vendrán los sexenios, las administraciones y los políticos de todos colores. Pasará la vida y Misión del Valle seguirá siendo la “tierra de nadie”.