Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- “Nel, la neta Carrillo nunca ha sido peligroso, esa es pura fama que le hicieron por las chicas malas”. Don Filiberto insiste en defender su plaza, donde ha boleado zapatos por 34 años y contando. “Bueno, sí, antes había muchas ratas, pero ya no”. Cede un poco para no exagerar tampoco.
Mientras cepilla unos botines color café por el módico precio de 25 pesos, en la plazuela desfilan personajes en estado de ebriedad, payasos que lucen más terroríficos que el mismísimo Eso y fleteros que esperan que caiga una chamba como desde hace más de 50 años.
Mientras los de la tercera edad aprovechan la caída del sol para dormir una siesta sobre las bancas, Filiberto retoma el tema de la seguridad. Dice que cuando se le hizo la última remodelación a la plaza, en el periodo de Salvador Abud como presidente municipal de Morelia, se les prometió que se tendría vigilancia constante a los alrededores del lugar. Admite que hasta la fecha no ha habido tal cosa.
Divorciado como es don Filiberto y a sus 63 años de edad, no le da pena admitir que es de los que aprovechan sus días de trabajo en la plazuela para contratar el servicio sexual de las prostitutas que rodean el lugar. Eso sí, aclara que hay de bando a bando y él prefiere quedarse con las que gozan de menor popularidad.
Están las que se paran en la esquina, se ven bonitas y jóvenes, pero son un fraude; para empezar están todas pelonas y solamente te atienden unos 15 minutos, en cambio las que se ponen en las bancas por las mañanas, ellas sí saben dar el servicio
¿Y qué pasa con los padrotes? Ante la pregunta Filiberto se hace de la vista gorda, como si la virgen le hablara. “Yo no sé nada de eso” dice tajantemente para no volver a tocar el tema. En la plaza Carrillo no se sabe quién es quién. Las miradas de paranoia y advertencia son constantes y si hay una cámara de por medio, las prostitutas regresan al Hotel Plaza Carrillo, su guarida por excelencia.
“Me pasó hace un tiempo que vine a realizar un trabajo periodístico, me senté y comencé a tomar fotos; pero no pasaron ni cinco minutos cuando una señora se me acercó aparentemente para entablar una conversación normal, sin embargo llegó un momento en que me dijo que me cuidara demasiado porque era muy peligroso estar aquí, de inmediato entendí que se trataba de una advertencia” comparte la fotoperiodista Carmen Hernández, quien dispara su cámara lo más discretamente posible.
Y es que la plazuela de Carrillo siempre ha estado destinada a ser una zona de tolerancia. Cuenta el periodista Samuel Herrera Delgado, autor del libro Barrio de Carrillo de Morelia, que tomando como referencia las narraciones de Alfonso Cruz Anguiano, se puede conocer que desde los años 40 del siglo pasado a esta zona ya se le conocía por su activa vida nocturna.
A solo dos calles de la plaza, relata que las damas ofrecían sus servicios por veinte centavos de los de antes y el paquete incluía baile con un conjunto musical acompañando la velada. Son incontables las cantinas que le daban vida a la zona y que por ende dio paso a los llamados padrotes “que no eran otra cosa que explotadores de las muchachas que vendían sus caricias”.
Incluso, Samuel Herrera expone que por aquellos años muchas mujeres que provenían de los pueblos eran engañadas y enamoradas con la promesa del matrimonio, pero terminaban siendo vendidas en distintos bares de la ciudad y hasta del estado.
Las Casas de Cita tampoco han sido la excepción en esta zona de Morelia. El periodista documenta que una de las más prestigiosas de la época fue la que controlaba la señora Adriana, ya que al inmueble solo podían ingresar “caballeros de la alta como empresarios, gerentes, diputados y comerciantes pudientes que soltaban buenos billetes a las damas por sus servicios prestados”.
Pero los excesos y una tierra sin ley también han llevado al derramamiento de sangre. En su libro, Samuel Herrera exhibe diferentes casos relacionados con peleas, robos y hasta muertes violentas que se presentaron y se siguen dando en este barrio.
Ante las realidades que superan y asumiendo como una lejana utopía la erradicación de la explotación sexual, el comisario de la Policía de Morelia, Julio César Arreola, admite que han optado por crear una red de comunicación con este sector para poder brindarles protección.
Durante el año pasado, relata que comenzaron a detectar muchas actitudes violentas hacia las y los trabajadores sexuales, así como a miembros de la comunidad LGTBI, entonces decidieron tener un contacto más cercano con este círculo.
Las mandaron llamar a las oficinas policiacas para establecer una coordinación de comunicación, pues si bien no está en manos de la Policía de Morelia la regulación del trabajo sexual, recuerda que es su obligación cuidarlas como a cualquier otro ciudadano.
Para el historiador Ramón Sánchez Reyna es complicado identificar en qué momento Carrillo albergó a todo lo que es considerado como marginal por la sociedad. “Debe ser desde siempre, lo mismo que el barrio del Carmen y el de Carmelitas, mejor conocido como la Vieja Central”. No hay registros claros, solo certezas de que ya forman parte del paisaje de la ciudad.
Dice don Filiberto que él no se mueve de ahí ni aunque le ofrezcan un puesto de bolero en la mejor zona de Morelia. Se enorgullece de que ésta ha sido su casa por 34 años y lo seguirá siendo “hasta donde tope”. Con cada cliente habla de sus tiempos de pintor, mesero y de cómo terminó en esto de la grasa y los zapatos. También cuenta sobre su divorcio, de que su esposa se fue con otro. Pero asegura no sentirse tan solo, ríe y presume que todos los días tiene a sus muchachas de la plaza Carrillo.