/ sábado 20 de noviembre de 2021

Una segunda oportunidad para Pedro

El abogado sobreviviente de la masacre en Mil Cumbres recuerda aquel día del 2006

Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- Han pasado ya 15 años desde que el abogado Pedro Aguilar y otros de sus compañeros fueron rehenes de un grupo de delincuentes que querían escapar del penal de Máxima Seguridad, David Franco Rodríguez, también conocido como Mil Cumbres, ubicado al oriente de Morelia. El desenlace dejó como saldo cinco muertos: cuatro defensores y un reo, sumado a un daño psicológico que ha perseguido a los sobrevivientes del motín.

Aquel frío viernes el 17 de noviembre de 2006 el reloj de la entrada al penal marcaba 1:30 de la tarde. Pedro y sus compañeros ingresaban a La Palapa, una infraestructura de uso común instalada al interior del penal donde ordinariamente se reunirían con los presos a los que representaban. Entre ellos había cuatro delincuentes que acababan de ser condenados a 40 años de prisión por el delito de secuestro y asociación delictiva; la pena no fue bien recibida por los sentenciados, quienes al momento armaron un tumulto y secuestraron a todos los que estaban en La Palapa.

En esa revuelta quedaron atrapados 14 abogados y abogadas, además de un custodio, a quienes utilizarían para negociar su liberación. La alerta se corrió rápido, el Cereso fue desalojado y elementos de todas las corporaciones armadas comenzaron a rodear el penal. Pronto se sumaron familiares de los rehenes y hasta de otros reos. En las siguientes horas también arribaron dos helicópteros y varios francotiradores de la Agencia Federal de Investigaciones (AFI) se colocaron en lugares estratégicos del edificio.

Comenzaron las negociaciones, los reos exigían un camión blindado con tanque lleno para preparar su huida. En el transcurso de dos días se logró la liberación de dos meritorias, dos defensoras de oficio, dos abogados y un custodio, pero quedaban ocho rehenes aún.

Los últimos minutos fueron los más angustiantes y trágicos. Por un accidente sombrío, Pedro logró salvar su vida; los cuatro reos que intentaban huir del penal los mantenían frente a una barra de cemento y atados de las manos con cinta canela, a veces de pie, luego de rodillas o sentados en sillas plegables.

Cuando los secuestradores comenzaron a disparar contra los rehenes, su compañero de al lado fue el primero en ser acribillado. Al desvanecerse se fue contra Pedro, que en una inercia y sabiéndose perdido junto con su compañero rodaron al suelo.

“Cuando caímos él agonizaba, y yo, tirado en el suelo, esperaba lo peor, en algún momento cerré los ojos para no ver, sabía que tocaba mi turno, esperaba el sonido del arma con la sensación de una herida en cualquier parte del cuerpo…”.

Los segundos se hicieron eternos, Pedro nunca supo con certeza qué sucedió en ese tiempo donde su vida pendía de un hilo, presintiendo lo peor, pero entonces ocurrió el milagro: nunca llegó esa bala. Cuando cayó al suelo con el cadáver de su compañero encima, se fueron sobre un apilo de sillas, en ese preciso momento también hicieron su aparición los elementos de la ya extinta AFI que cruzaban disparos con los secuestradores.

Hoy el licenciado Pedro, un personaje alto y de rasgos confiados, padece diabetes mellitus, no sabe si el origen de este mal inició aquel día fatídico, pero recuerda que estuvo a nada de perder la vida en el penal de Mil Cumbres.

“Los primeros compañeros acribillados fueron los que estaban formados en las orillas, los asesinos comenzaron a disparar, a dispararnos desde los dos lados de la fila, yo estaba casi en el centro… ¿Fue suerte que mi compañero me cubrió al caer? ¿Las sillas sobre las que rodamos dificultaron unos segundos el paso a los asesinos? ¿Fueron las balas de los agentes de la AFI los que acertaron primero contra mi posible asesino? ¿Los reos me dieron por muerto? No lo sé”, reflexiona y se responde el abogado a sí mismo. Estas dudas lo han acompañado al paso de los últimos 15 años.

“Cuando nos rescataron yo caminaba al lado de mi compañero Camarena, no era consciente de lo que pasaba alrededor, caminábamos en automático, como aturdidos, no escuchaba si me daban órdenes, íbamos como sonámbulos, reaccioné cuando ya estaba arriba de una ambulancia”, narra el abogado que hoy también cuenta 30 años al servicio.

Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- Han pasado ya 15 años desde que el abogado Pedro Aguilar y otros de sus compañeros fueron rehenes de un grupo de delincuentes que querían escapar del penal de Máxima Seguridad, David Franco Rodríguez, también conocido como Mil Cumbres, ubicado al oriente de Morelia. El desenlace dejó como saldo cinco muertos: cuatro defensores y un reo, sumado a un daño psicológico que ha perseguido a los sobrevivientes del motín.

Aquel frío viernes el 17 de noviembre de 2006 el reloj de la entrada al penal marcaba 1:30 de la tarde. Pedro y sus compañeros ingresaban a La Palapa, una infraestructura de uso común instalada al interior del penal donde ordinariamente se reunirían con los presos a los que representaban. Entre ellos había cuatro delincuentes que acababan de ser condenados a 40 años de prisión por el delito de secuestro y asociación delictiva; la pena no fue bien recibida por los sentenciados, quienes al momento armaron un tumulto y secuestraron a todos los que estaban en La Palapa.

En esa revuelta quedaron atrapados 14 abogados y abogadas, además de un custodio, a quienes utilizarían para negociar su liberación. La alerta se corrió rápido, el Cereso fue desalojado y elementos de todas las corporaciones armadas comenzaron a rodear el penal. Pronto se sumaron familiares de los rehenes y hasta de otros reos. En las siguientes horas también arribaron dos helicópteros y varios francotiradores de la Agencia Federal de Investigaciones (AFI) se colocaron en lugares estratégicos del edificio.

Comenzaron las negociaciones, los reos exigían un camión blindado con tanque lleno para preparar su huida. En el transcurso de dos días se logró la liberación de dos meritorias, dos defensoras de oficio, dos abogados y un custodio, pero quedaban ocho rehenes aún.

Los últimos minutos fueron los más angustiantes y trágicos. Por un accidente sombrío, Pedro logró salvar su vida; los cuatro reos que intentaban huir del penal los mantenían frente a una barra de cemento y atados de las manos con cinta canela, a veces de pie, luego de rodillas o sentados en sillas plegables.

Cuando los secuestradores comenzaron a disparar contra los rehenes, su compañero de al lado fue el primero en ser acribillado. Al desvanecerse se fue contra Pedro, que en una inercia y sabiéndose perdido junto con su compañero rodaron al suelo.

“Cuando caímos él agonizaba, y yo, tirado en el suelo, esperaba lo peor, en algún momento cerré los ojos para no ver, sabía que tocaba mi turno, esperaba el sonido del arma con la sensación de una herida en cualquier parte del cuerpo…”.

Los segundos se hicieron eternos, Pedro nunca supo con certeza qué sucedió en ese tiempo donde su vida pendía de un hilo, presintiendo lo peor, pero entonces ocurrió el milagro: nunca llegó esa bala. Cuando cayó al suelo con el cadáver de su compañero encima, se fueron sobre un apilo de sillas, en ese preciso momento también hicieron su aparición los elementos de la ya extinta AFI que cruzaban disparos con los secuestradores.

Hoy el licenciado Pedro, un personaje alto y de rasgos confiados, padece diabetes mellitus, no sabe si el origen de este mal inició aquel día fatídico, pero recuerda que estuvo a nada de perder la vida en el penal de Mil Cumbres.

“Los primeros compañeros acribillados fueron los que estaban formados en las orillas, los asesinos comenzaron a disparar, a dispararnos desde los dos lados de la fila, yo estaba casi en el centro… ¿Fue suerte que mi compañero me cubrió al caer? ¿Las sillas sobre las que rodamos dificultaron unos segundos el paso a los asesinos? ¿Fueron las balas de los agentes de la AFI los que acertaron primero contra mi posible asesino? ¿Los reos me dieron por muerto? No lo sé”, reflexiona y se responde el abogado a sí mismo. Estas dudas lo han acompañado al paso de los últimos 15 años.

“Cuando nos rescataron yo caminaba al lado de mi compañero Camarena, no era consciente de lo que pasaba alrededor, caminábamos en automático, como aturdidos, no escuchaba si me daban órdenes, íbamos como sonámbulos, reaccioné cuando ya estaba arriba de una ambulancia”, narra el abogado que hoy también cuenta 30 años al servicio.

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