/ domingo 19 de noviembre de 2017

Cindy: la mujer del rifle ¿Se puede ser femenina siendo una mujer policía?

Cuando entra a una reunión de madres de familia, el más pequeño de sus hijos corre a presumirle a sus amigos que quien entra en tacones es su mamá y es policía.

En casa suele soltarse el cabello y pintarse los labios color vino. Cuando sale a bailar con su esposo, prefiere los pantalones pegados, una falda o un vestido. Entonces usará tacones del cuatro y con suerte medirá 1.67 metros y en esa noche de copas, llegará la pregunta incómoda de los nuevos amigos, la duda de aquél desconocido que aprendió a responder con una franca sonrisa: “soy policía”.

Cindy cocina hamburguesas para sus dos hijos de seis y trece años mientras ven una película. Recuerda todas las veces que sus vecinas en Ciudad Juárez, Chihuahua, han puesto en duda su feminidad por ser policía. Que si le gustan los hombres aunque saben que está casada, que si sabe cocinar y quién se queda al cuidado de la casa mientras sale en la patrulla, que seguro se identifica más con actividades masculinas como las de un policía.

¿Si ser policía es de hombres, usar un rifle también? Sonríe.

SEIS KILOS DE MÁS

Cindy rompió el estereotipo de género en una familia de tres hermanos varones y quince primos también hombres. Es la única mujer. Y es policía en Ciudad Juárez.

El arma larga que sostiene la mujer de baja estatura con la mano derecha, le rebasa la cintura casi llega la altura del ombligo. Camina con temple, espalda erguida, sin doblegarse al peso de un chaleco antibalas de tres kilos que junto con el rifle, la hacen pesar en la báscula 58 kilos, seis más de lo habitual.

Llega con la respiración agitada a las once de la mañana a las instalaciones  de la Policía Municipal de Ciudad Juárez, Chihuahua. Las palpitaciones encuentran sosiego cuando narra que viene de interponerse en una riña callejera donde esposó a dos hombres tendidos en el pavimento, de espaldas a su rostro y entre forcejeos, escuchó el click del cerrojo para subirlos a la patrulla que maneja. Cuando uno de los peleadores escuchó la voz de mujer ordenándole pararse del suelo, el hombre pidió disculpas, minutos antes y sin verle a la cara, había intentado escupirle sin atinarle.

Cindy es una mujer de 36 años que ha dedicado once a la policía de un municipio como Juárez que navegó entre la sangre y el dolor en vísperas del 2010 cuando más de 3 mil personas fueron asesinadas en esta ciudad fronteriza con El Paso, Texas, Estados Unidos.

La lucha a muerte por la plaza entre el Cartel de Sinaloa y La Línea, brazo opresor del Cártel de Juárez, dejaron a miles sin hijos, primos, hermanos, mamás, amigos. Ella perdió a una amiga. “También policía. Conocía a su esposo, sus hijos, su barrio, comíamos juntas toda la semana. Una mañana me tocaba patrullar y me avisaron de un tiroteo cerca, me acerqué a colaborar y allí estaba ella, en el suelo, muerta”, cuenta la uniformada con la mirada fija en una ventana.

Era febrero de 2010. Desde esa tarde en que vio tendida en el pavimento a “su carnal”, como la llama cariñosamente, pensaba que salir de casa en una ciudad como Juárez, era un acto de fe. “Quizás no regrese el vecino, o un niño al colegio, quizás no regrese yo”. Se le hizo difícil ver morir a tanta gente y sentir el desprecio de una sociedad que le reclamaba en la cara por qué era parte de una institución desprestigiada, por qué no hacía nada por defender a los suyos, por qué se coludían con el narco.

¿Qué te llegaron a decir?

— Que no servía para nada, que defendiera mi ciudad.

POLICÍA SIEMPRE

Cuando Cindy se embarazó, siguió ejerciendo su profesión y agarrando con fuerza el rifle que el 2010 usó más que en ningún otro año. Cuando su amiga murió y ayudó a levantar su cuerpo, siguió siendo policía. Cuando la sociedad la increpó, ella respondió con dolor lo que pudo. Cuando en Ciudad Juárez se contaban los muertos del día como nombrar la leche o el queso, ella siguió allí, en la policía. También cuando muchos compañeros fueron despedidos por coludirse con los que debían aprehender.

Desde entonces y hasta ahora, Cindy patrulla las zonas marginales de su ciudad con el mismo rifle que hoy la acompaña mientras se sube a una patrulla de la Secretaría de Seguridad Pública. Persiguió infinidad de asesinatos, vio decenas de cuerpos destazados en bolsas plásticas, resolvió con premura qué hacer cuando le hablaban microempresarios para reportar extorsiones o amenazas. Hoy, a diez años de distancia del año más negro de la ciudad, reporta robos a casa habitación y vehículo como su principal dolor de cabeza.

Se ha enrollado el cabello ensortijado en un nudo a la altura de la nuca que descubre sus orejas puntiagudas. Su rutina arranca a las tres de la mañana cuando deja uniformes y loncheras listas porque una hora más tarde comienza a patrullar las calles de Juárez y antes de las tres de la tarde, debe estar en la puerta de la escuela donde Joaquín, el menor, cursa primero de primaria.

Cuando tiene el uniforme puesto, Cindy habla en clave con sus compañeros, los llama elementos; y las voces del radio que escucha a cada paso, dicen cosas como “C4”, “R9 R9”, “comando”. Ella es una de las 523 policías mujeres que resguardan Ciudad Juárez hoy día, pero es la única en un salón de clases que formaría a cientos de policías varones en criminología. La institución paga sus estudios y modifica los turnos a los policías que como ella, quieren obtener un título universitario.

Anteriormente, la policía municipal de Ciudad Juárez estaba compuesta por hombres y mujeres que tenían únicamente los estudios de secundaria. Hoy el 90 por ciento de los policías de la ciudad, tienen preparatoria y un 30 por ciento, como Cindy, está terminando sus estudios universitarios.

¿Las mujeres policías tienen un rol diferente en la institución?

— No, porque la policía es una sola corporación, somos dos mil 500 policías municipales hombres y mujeres, responde sin titubeos.

MAMÁ ORGULLOSA

Son las 2:35  de la tarde y Cindy posa para una fotografía en una cuatrimoto, luego en medio de patrullas. Enseña en su teléfono celular una fotografía donde se ve caminando, uniformada, de rifle, chaleco antibalas, radio. Es la imagen de una campaña publicitaria que busca a los mejores policías para resguardar la ciudad. Ella es la imagen de esa campaña. 

El más pequeño de sus hijos está orgulloso de mamá. Cuando Cindy entra a una reunión de madres de familia, el niño corre a presumirle a sus amigos que quien entra en tacones es su mamá y es policía. Todos esperan verla uniformada, seria, alta, fornida. Pero no. Su cuerpo menudo no trae el rifle, ni las esposas, ni carga los 3 kilos del chaleco antibalas. Cindy suelta una carcajada brusca porque a los eventos de las escuela, siempre viste de civil.

En casa suele soltarse el cabello y pintarse los labios color vino. Cuando sale a bailar con su esposo, prefiere los pantalones pegados, una falda o un vestido. Entonces usará tacones del cuatro y con suerte medirá 1.67 metros y en esa noche de copas, llegará la pregunta incómoda de los nuevos amigos, la duda de aquél desconocido que aprendió a responder con una franca sonrisa: “soy policía”.

Cindy cocina hamburguesas para sus dos hijos de seis y trece años mientras ven una película. Recuerda todas las veces que sus vecinas en Ciudad Juárez, Chihuahua, han puesto en duda su feminidad por ser policía. Que si le gustan los hombres aunque saben que está casada, que si sabe cocinar y quién se queda al cuidado de la casa mientras sale en la patrulla, que seguro se identifica más con actividades masculinas como las de un policía.

¿Si ser policía es de hombres, usar un rifle también? Sonríe.

SEIS KILOS DE MÁS

Cindy rompió el estereotipo de género en una familia de tres hermanos varones y quince primos también hombres. Es la única mujer. Y es policía en Ciudad Juárez.

El arma larga que sostiene la mujer de baja estatura con la mano derecha, le rebasa la cintura casi llega la altura del ombligo. Camina con temple, espalda erguida, sin doblegarse al peso de un chaleco antibalas de tres kilos que junto con el rifle, la hacen pesar en la báscula 58 kilos, seis más de lo habitual.

Llega con la respiración agitada a las once de la mañana a las instalaciones  de la Policía Municipal de Ciudad Juárez, Chihuahua. Las palpitaciones encuentran sosiego cuando narra que viene de interponerse en una riña callejera donde esposó a dos hombres tendidos en el pavimento, de espaldas a su rostro y entre forcejeos, escuchó el click del cerrojo para subirlos a la patrulla que maneja. Cuando uno de los peleadores escuchó la voz de mujer ordenándole pararse del suelo, el hombre pidió disculpas, minutos antes y sin verle a la cara, había intentado escupirle sin atinarle.

Cindy es una mujer de 36 años que ha dedicado once a la policía de un municipio como Juárez que navegó entre la sangre y el dolor en vísperas del 2010 cuando más de 3 mil personas fueron asesinadas en esta ciudad fronteriza con El Paso, Texas, Estados Unidos.

La lucha a muerte por la plaza entre el Cartel de Sinaloa y La Línea, brazo opresor del Cártel de Juárez, dejaron a miles sin hijos, primos, hermanos, mamás, amigos. Ella perdió a una amiga. “También policía. Conocía a su esposo, sus hijos, su barrio, comíamos juntas toda la semana. Una mañana me tocaba patrullar y me avisaron de un tiroteo cerca, me acerqué a colaborar y allí estaba ella, en el suelo, muerta”, cuenta la uniformada con la mirada fija en una ventana.

Era febrero de 2010. Desde esa tarde en que vio tendida en el pavimento a “su carnal”, como la llama cariñosamente, pensaba que salir de casa en una ciudad como Juárez, era un acto de fe. “Quizás no regrese el vecino, o un niño al colegio, quizás no regrese yo”. Se le hizo difícil ver morir a tanta gente y sentir el desprecio de una sociedad que le reclamaba en la cara por qué era parte de una institución desprestigiada, por qué no hacía nada por defender a los suyos, por qué se coludían con el narco.

¿Qué te llegaron a decir?

— Que no servía para nada, que defendiera mi ciudad.

POLICÍA SIEMPRE

Cuando Cindy se embarazó, siguió ejerciendo su profesión y agarrando con fuerza el rifle que el 2010 usó más que en ningún otro año. Cuando su amiga murió y ayudó a levantar su cuerpo, siguió siendo policía. Cuando la sociedad la increpó, ella respondió con dolor lo que pudo. Cuando en Ciudad Juárez se contaban los muertos del día como nombrar la leche o el queso, ella siguió allí, en la policía. También cuando muchos compañeros fueron despedidos por coludirse con los que debían aprehender.

Desde entonces y hasta ahora, Cindy patrulla las zonas marginales de su ciudad con el mismo rifle que hoy la acompaña mientras se sube a una patrulla de la Secretaría de Seguridad Pública. Persiguió infinidad de asesinatos, vio decenas de cuerpos destazados en bolsas plásticas, resolvió con premura qué hacer cuando le hablaban microempresarios para reportar extorsiones o amenazas. Hoy, a diez años de distancia del año más negro de la ciudad, reporta robos a casa habitación y vehículo como su principal dolor de cabeza.

Se ha enrollado el cabello ensortijado en un nudo a la altura de la nuca que descubre sus orejas puntiagudas. Su rutina arranca a las tres de la mañana cuando deja uniformes y loncheras listas porque una hora más tarde comienza a patrullar las calles de Juárez y antes de las tres de la tarde, debe estar en la puerta de la escuela donde Joaquín, el menor, cursa primero de primaria.

Cuando tiene el uniforme puesto, Cindy habla en clave con sus compañeros, los llama elementos; y las voces del radio que escucha a cada paso, dicen cosas como “C4”, “R9 R9”, “comando”. Ella es una de las 523 policías mujeres que resguardan Ciudad Juárez hoy día, pero es la única en un salón de clases que formaría a cientos de policías varones en criminología. La institución paga sus estudios y modifica los turnos a los policías que como ella, quieren obtener un título universitario.

Anteriormente, la policía municipal de Ciudad Juárez estaba compuesta por hombres y mujeres que tenían únicamente los estudios de secundaria. Hoy el 90 por ciento de los policías de la ciudad, tienen preparatoria y un 30 por ciento, como Cindy, está terminando sus estudios universitarios.

¿Las mujeres policías tienen un rol diferente en la institución?

— No, porque la policía es una sola corporación, somos dos mil 500 policías municipales hombres y mujeres, responde sin titubeos.

MAMÁ ORGULLOSA

Son las 2:35  de la tarde y Cindy posa para una fotografía en una cuatrimoto, luego en medio de patrullas. Enseña en su teléfono celular una fotografía donde se ve caminando, uniformada, de rifle, chaleco antibalas, radio. Es la imagen de una campaña publicitaria que busca a los mejores policías para resguardar la ciudad. Ella es la imagen de esa campaña. 

El más pequeño de sus hijos está orgulloso de mamá. Cuando Cindy entra a una reunión de madres de familia, el niño corre a presumirle a sus amigos que quien entra en tacones es su mamá y es policía. Todos esperan verla uniformada, seria, alta, fornida. Pero no. Su cuerpo menudo no trae el rifle, ni las esposas, ni carga los 3 kilos del chaleco antibalas. Cindy suelta una carcajada brusca porque a los eventos de las escuela, siempre viste de civil.

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