/ domingo 18 de febrero de 2018

Propaganda, desinformación... Fake news, la nueva realidad

Estos conceptos han tomado un lugar central en la política y en la sociedad mundial, a tal grado que nos estamos acostumbrando a la expresión

La idea común de que existe una “narrativa” preestablecida, que la prensa miente, que sólo informa lo que desea, ha llevado al público de todo el mundo ha buscar noticias en otras fuentes, muchas de las cuales tienen como único objetivo generar basura para confundir al lector y lucrar con ello.

En su nuevo libro (Fake News. La nueva realidad /Grijalbo 2018), el editor y periodista Esteban Illiades analiza este fenómeno que no es nuevo – en el texto el autor se remonta a 1938 y la famosa transmisión radial de La Guerra de los mundos hecha por Orson Wells--, pero que, explica, con la llegada de Donald Trump al poder, los conceptos de propaganda, desinformación y noticias falsashan tomado un lugar central en la política y en la sociedad mundial, a tal grado que nos estamos acostumbrando a la expresión fake news. Una expresión que nos dice que la realidad, en el siglo XXI, se está volviendo falsa.

Fake News. La nueva realidad.

Capítulo 8

Indignación, Autoconfirmación y Twitter

Uno de los comentarios que más se escuchan en ciertos enclaves de la Ciudad de México y otras grandes metrópolis es que el advenimiento del internet y las redes sociales cambió la manera de hacer política en el país y la manera en que la sociedad se relaciona entre sí y su gobierno.

Esta afirmación depende de la penetración del internet en el país, dato que a ciencia cierta se desconoce. Las estimaciones más optimistas, que se presentaron a inicio del capítulo tres, dicen que 57% de los mexicanos, cerca de 72 millones, tiene algún tipo de acceso a la red (a 2015). En 2012, según los mismos datos del gobierno, sólo 40 millones tenían acceso; es decir, hubo un salto de casi 80% en conectividad.

¿Qué hizo que en tan sólo tres años aumentara de manera tan directa esta cifra? Según la organización no gubernamental Red en Defensa de los Derechos Digitales (R3D, como se autodenomina), el cambio no fue un incremento, sino un ajuste en la metodología para medirlo. Según Merino y Torres, se desconoce cuántas personas tienen acceso a internet, pero es posible estimar un rango entre 60.6 millones y 65 millones, es decir, un margen de 4.4 millones de personas.

Casi la totalidad tiene una cuenta en Facebook, y poco más de la mitad, cerca de 35 millones, tiene una en Twitter (2016). Hay que pensar en dos factores: Facebook y Twitter miden números de usuarios activos como aquellos que se conectan a la red social por lo menos una vez al mes, mas no distinguen cantidad o tiempo de conexiones. La gama abarca personas que utilizan la aplicación sólo una vez cada 30 días —así sea por 30 segundos o tres horas— hasta los llamados power users, cuya conexión es perpetua pues la red siempre está activada en su celular.

En Twitter, cuyo principal punto de atracción es la inmediatez —se puede seguir casi cualquier cosa en tiempo real— los usuarios están más interesados en temas noticiosos o políticos. Esto tiene relación con el hecho de que los usuarios están involucrados en estos temas. En 2015, por ejemplo, The Poynter Institute, una escuela estadounidense dedicada al estudio del periodismo, publicó una nota en la que afirmaba que los usuarios verificados más activos en la red son los propios periodistas.

(Ser usuario verificado significa que Twitter reconoce que la persona detrás de la cuenta es quien dice que es; en general esta verificación se utiliza para personas de alto perfil público, en el caso de los periodistas se hace para darle mayor credibilidad a lo que comparten).

En pocas palabras, a pesar de que Twitter concentra cerca de la mitad de los usuarios de internet en México, no existen datos públicos sobre interacciones, tuits u otras métricas que puedan compartir qué actividad tiene.

Se pueden encontrar dos cosas. La primera, saber cuáles son las cuentas más populares de la red y el rubro al que pertenecen, para tener un acercamiento inicial a los intereses de los usuarios.

La segunda, seguir una noticia para comprender su viaje por la red social y ver, por una parte, qué tanto repercute dentro de ella y, por otra, si tiene efectos en el exterior.

En el primer caso, si uno revisa el top 20 de mexicanos con mayores seguidores, encontrará que sólo cuatro son periodistas. (En realidad son tres, puesto que dos de las cuentas pertenecen a Carmen Aristegui). Del resto, sólo una es de un político, el presidente de la República. Las otras 15 pertenecen a rubros de entretenimiento, música o youtubers. Ninguna de las 20 cuentas es de un medio de información, aunque vale la pena resaltar que Joaquín López Dóriga, Carlos Loret de Mola y Carmen Aristegui utilizan las suyas como si lo fueran: en el caso de Aristegui y López Dóriga la mayoría de sus tuits son ligas a notas en su sitio, en el caso de Loret los mismos tuits funcionan como alertas noticiosas.

Al parecer, los usuarios confían más en las personas que trabajan en medios que en los medios mismos, ya que prefieren recibir las noticias de primera mano —López Dóriga y Loret, al ser las principales caras de Televisa desde hace tiempo, son quienes obtienen las principales exclusivas nacionales— y no a través de otra plataforma. En el caso de Aristegui su popularidad se debe a la reputación de ser una periodista que enfrenta al sistema. Puede verse, entonces, una polarización clara entre los usuarios.

En el segundo podemos ver cómo circula lo que en España se conoce como bulo, y en Estados Unidos como fake news. En México, como tal, no existe un término coloquial para nombrar una noticia falsa.

Hablemos, pues, de una pequeña controversia que sucedió a principios de 2017: el caso Pilcaya.

La mañana del 4 de abril las redes amanecieron con una nota caliente. Según la cuenta oficial de Azteca Noticias (@aztecanoticias) un automóvil Aston Martin chocó durante la madrugada contra otro automóvil. El tuit, de menos de 140 caracteres, daba otro dato importante: el coche pertenecía al alcalde del municipio de Pilcaya, en Guerrero. Al tuit lo acompañaba una fotografía del automóvil, destrozado en la parte delantera. No tenía fuente, no compartía la referencia. Ciento treinta y dos personas compartieron el mensaje. Eran las 9:35 de la mañana. Unos cuantos tuits, quejándose de que el alcalde fuera dueño de un auto tan lujoso, circularon en las horas siguientes.

Para las 2:30 de la tarde, Ezequiel Flores, corresponsal de la revista Proceso en Guerrero, tenía más detalles. La misma fotografía que Azteca Noticias, así como otra del coche que fue la víctima y una más que mostraba el permiso bajo el cual circulaba el Aston Martin, y que, efectivamente, estaba sellado por la autoridad del municipio de Pilcaya. Asimismo, Flores trajo otro dato a la mesa: el Aston Martin estaba valuado en seis millones de pesos. Setenta y siete personas compartieron el tuit.

A las 3:05, El Sol de Acapulco, bajo la etiqueta “#VistoEnRedes”, afirmó que el coche valía 4.5 millones de pesos. Sin citar fuentes, repetía que el conductor era el alcalde. La noticia viajó de la Ciudad de México a Guerrero.

A las 3:26, Flores escribió una nota al respecto. La nota agregaba más información, aunque sin fuentes. En el cuerpo se podía leer: “trascendió que el conductor del Aston Martín que se retiró del lugar tras el accidente, es el actual alcalde priista de Pilcaya, Ellery Guadalupe Figueroa Macedo, quien el año pasado declaró públicamente que heredó una administración en quiebra financiera”. La segunda parte del párrafo era cierta: Figueroa declaró esta información. La primera sólo quedaba en un trascendido, o rumor.

Un minuto más tarde, Radio Fórmula publicó información muy similar a la de Flores, pero la atribuyó a Joaquín López Dóriga.

A las 4:00 de la tarde en punto, la noticia explotó. La cuenta de Twitter de Proceso, con 4.36 millones de seguidores, compartió la nota de Flores. Ochocientas treinta y nueve personas la replicaron, 364 la guardaron y 273 hicieron comentarios directos o menciones a la cuenta de la revista.

A las 4:07, Ricardo Mejía, coordinador de la bancada de Movimiento Ciudadano en el Congreso de Guerrero, compartía la nota con otra fuente: la agencia Quadratín. La fuente de Quadratín era “un reporte”.

A las 4:22, Javier López Díaz, conductor de radio en Estados Unidos con 643 000 seguidores recogió el reporte de Proceso. A las 4:28 MVS Radio tenía su propia nota, y agregaba que “de acuerdo con testigos”, el alcalde se dio a la fuga. A las 4:40, sin citar fuentes o notas, Óscar Mario Beteta, con 93 400 seguidores, difundió una versión similar.

A las 4:43, el periodista chilpancingueño Federico Sariñana tuiteó: “importante: Aston Martin abandonado en CdMx no es del alcalde de Pilcaya. En un momento más información…” Sólo dos personas compartieron el tuit.

En cambio, la noticia de Proceso y demás medios corrió como pólvora. A las 5:04, la cuenta verificada de Anonymous Hispano tenía su propia versión, firmada por Staff y que citaba el mismo reporte anónimo que las previas. Poco después diversos tuiteros compartieron estadísticas del municipio: 25% de población en pobreza extrema, 73% de pobreza. La historia era perfecta para la indignación: un político corrupto que roba a los pobres.

A las 6:19, la cuenta @AutosyMAS, con casi 100 000 seguidores, bautizó al alcalde como #LordAstonMartin, y pedía retuits para difundir la nota. A los 10 minutos el municipio emitió un comunicado con faltas de ortografía para negar que el alcalde fuera el conductor. El alcalde por su parte se enlazó por radio al programa de Carlos Loret y dijo que si se comprobaba que el coche era suyo, renunciaría.

A pesar del comunicado y las entrevistas —el alcalde haría ronda telefónica por los principales medios y noticieros del país esa noche—, la noticia se continuó regando. Al día siguiente, Alejandro Martí lo usaba de ejemplo de la corrupción nacional, y cifraba el costo del coche en casi seis millones de pesos. Fernanda Familiar, con 852 000 seguidores, escribió a las 12:09, más de 24 horas después de la primera nota: “¿Qué tal el Aston Martin con permiso a nombre del alcalde de Pilcaya, Guerrero, que chocó ayer en la madrugada? ¡Dicen que cuesta 6.5 mdp!” Cerró con un “dicen”.

Días más tarde, cuando la controversia —por no decir desinformación— disminuyó, un par de medios publicaron versiones más complejas y plausibles. En efecto el automóvil no pertenecía al alcalde, sino a un ciudadano privado. Tenía permiso de Pilcaya porque el municipio, para enfrentar la quiebra que vivía, encontró un negocio lucrativo: venta de permisos temporales a 128 agencias de ventas de coches. Según explicó el propio alcalde, el municipio emite un permiso temporal de 30 días en 205 pesos. Esos permisos se otorgan a gestores, que a su vez hacen negocio y los revenden a las agencias automotrices, quienes por su parte incrementan el precio al comprador final.

El 6 de abril, Proceso, que mantuvo la nota original en su sitio, presentaba una nueva, que aseguraba que en Pilcaya operaba una red de corrupción en la emisión de dichos permisos. La prueba de la supuesta corrupción era el pantallazo de un post de Facebook en el que una persona promocionaba servicios de gestoría para obtener permisos de circulación. La revista nunca desmintió su nota original, responsable de un revuelo en redes que llegó incluso al Twitter del corresponsal de uno de los periódicos más importantes del mundo.

Para el 8 de abril, Anonymous Hispano compartió la nota como una de las más leídas de su sitio, a pesar de ser desmentida. Otros, como ADN 40, entonces llamado Proyecto 40, re-formuló la nota en condicional, técnica periodística mexicana para no asumir responsabilidad. El tuit decía “El #AstonMartin que se estrelló en la CdMx, podría pertenecer al alcalde de #Pilcaya, Guerrero” (las cursivas son mías).

Para el 9 de abril los tuits sobre el alcalde disminuyeron notablemente, y para el 11 no hubo uno solo. La indignación duró cuatro días y después cayó en el olvido.

Mientras tanto, si alguien usa hoy la palabra “Pilcaya”, el primer recuerdo que evocará, en caso de que todavía exista la memoria, será un Aston Martin chocado, propiedad del alcalde que se hizo rico a costa de un municipio pobre.

***

Esteban Illades es editor y columnista. Su interés por las fake news lleva muchos años, pero se intensificó cuando cubrió la Convención Nacional Republicana de 2016, en la que se eligió a Donald Trump como candidato a la Presidencia de Estados Unidos. Desde entonces se ha dedicado a investigar el fenómeno e intentar desmentir las falsedades que día a día circulan por internet. Es autor de La noche más triste (Grijalbo / 2015), sobre la desaparición de 43 estudiantes normalistas en Iguala, Guerrero.


-Fragmento del libro Fake News. La nueva realidad /Grijalbo 2018, del editor y periodista Esteban Illiades, que reproducimos con la autorización de la editorial Grijalbo.

La idea común de que existe una “narrativa” preestablecida, que la prensa miente, que sólo informa lo que desea, ha llevado al público de todo el mundo ha buscar noticias en otras fuentes, muchas de las cuales tienen como único objetivo generar basura para confundir al lector y lucrar con ello.

En su nuevo libro (Fake News. La nueva realidad /Grijalbo 2018), el editor y periodista Esteban Illiades analiza este fenómeno que no es nuevo – en el texto el autor se remonta a 1938 y la famosa transmisión radial de La Guerra de los mundos hecha por Orson Wells--, pero que, explica, con la llegada de Donald Trump al poder, los conceptos de propaganda, desinformación y noticias falsashan tomado un lugar central en la política y en la sociedad mundial, a tal grado que nos estamos acostumbrando a la expresión fake news. Una expresión que nos dice que la realidad, en el siglo XXI, se está volviendo falsa.

Fake News. La nueva realidad.

Capítulo 8

Indignación, Autoconfirmación y Twitter

Uno de los comentarios que más se escuchan en ciertos enclaves de la Ciudad de México y otras grandes metrópolis es que el advenimiento del internet y las redes sociales cambió la manera de hacer política en el país y la manera en que la sociedad se relaciona entre sí y su gobierno.

Esta afirmación depende de la penetración del internet en el país, dato que a ciencia cierta se desconoce. Las estimaciones más optimistas, que se presentaron a inicio del capítulo tres, dicen que 57% de los mexicanos, cerca de 72 millones, tiene algún tipo de acceso a la red (a 2015). En 2012, según los mismos datos del gobierno, sólo 40 millones tenían acceso; es decir, hubo un salto de casi 80% en conectividad.

¿Qué hizo que en tan sólo tres años aumentara de manera tan directa esta cifra? Según la organización no gubernamental Red en Defensa de los Derechos Digitales (R3D, como se autodenomina), el cambio no fue un incremento, sino un ajuste en la metodología para medirlo. Según Merino y Torres, se desconoce cuántas personas tienen acceso a internet, pero es posible estimar un rango entre 60.6 millones y 65 millones, es decir, un margen de 4.4 millones de personas.

Casi la totalidad tiene una cuenta en Facebook, y poco más de la mitad, cerca de 35 millones, tiene una en Twitter (2016). Hay que pensar en dos factores: Facebook y Twitter miden números de usuarios activos como aquellos que se conectan a la red social por lo menos una vez al mes, mas no distinguen cantidad o tiempo de conexiones. La gama abarca personas que utilizan la aplicación sólo una vez cada 30 días —así sea por 30 segundos o tres horas— hasta los llamados power users, cuya conexión es perpetua pues la red siempre está activada en su celular.

En Twitter, cuyo principal punto de atracción es la inmediatez —se puede seguir casi cualquier cosa en tiempo real— los usuarios están más interesados en temas noticiosos o políticos. Esto tiene relación con el hecho de que los usuarios están involucrados en estos temas. En 2015, por ejemplo, The Poynter Institute, una escuela estadounidense dedicada al estudio del periodismo, publicó una nota en la que afirmaba que los usuarios verificados más activos en la red son los propios periodistas.

(Ser usuario verificado significa que Twitter reconoce que la persona detrás de la cuenta es quien dice que es; en general esta verificación se utiliza para personas de alto perfil público, en el caso de los periodistas se hace para darle mayor credibilidad a lo que comparten).

En pocas palabras, a pesar de que Twitter concentra cerca de la mitad de los usuarios de internet en México, no existen datos públicos sobre interacciones, tuits u otras métricas que puedan compartir qué actividad tiene.

Se pueden encontrar dos cosas. La primera, saber cuáles son las cuentas más populares de la red y el rubro al que pertenecen, para tener un acercamiento inicial a los intereses de los usuarios.

La segunda, seguir una noticia para comprender su viaje por la red social y ver, por una parte, qué tanto repercute dentro de ella y, por otra, si tiene efectos en el exterior.

En el primer caso, si uno revisa el top 20 de mexicanos con mayores seguidores, encontrará que sólo cuatro son periodistas. (En realidad son tres, puesto que dos de las cuentas pertenecen a Carmen Aristegui). Del resto, sólo una es de un político, el presidente de la República. Las otras 15 pertenecen a rubros de entretenimiento, música o youtubers. Ninguna de las 20 cuentas es de un medio de información, aunque vale la pena resaltar que Joaquín López Dóriga, Carlos Loret de Mola y Carmen Aristegui utilizan las suyas como si lo fueran: en el caso de Aristegui y López Dóriga la mayoría de sus tuits son ligas a notas en su sitio, en el caso de Loret los mismos tuits funcionan como alertas noticiosas.

Al parecer, los usuarios confían más en las personas que trabajan en medios que en los medios mismos, ya que prefieren recibir las noticias de primera mano —López Dóriga y Loret, al ser las principales caras de Televisa desde hace tiempo, son quienes obtienen las principales exclusivas nacionales— y no a través de otra plataforma. En el caso de Aristegui su popularidad se debe a la reputación de ser una periodista que enfrenta al sistema. Puede verse, entonces, una polarización clara entre los usuarios.

En el segundo podemos ver cómo circula lo que en España se conoce como bulo, y en Estados Unidos como fake news. En México, como tal, no existe un término coloquial para nombrar una noticia falsa.

Hablemos, pues, de una pequeña controversia que sucedió a principios de 2017: el caso Pilcaya.

La mañana del 4 de abril las redes amanecieron con una nota caliente. Según la cuenta oficial de Azteca Noticias (@aztecanoticias) un automóvil Aston Martin chocó durante la madrugada contra otro automóvil. El tuit, de menos de 140 caracteres, daba otro dato importante: el coche pertenecía al alcalde del municipio de Pilcaya, en Guerrero. Al tuit lo acompañaba una fotografía del automóvil, destrozado en la parte delantera. No tenía fuente, no compartía la referencia. Ciento treinta y dos personas compartieron el mensaje. Eran las 9:35 de la mañana. Unos cuantos tuits, quejándose de que el alcalde fuera dueño de un auto tan lujoso, circularon en las horas siguientes.

Para las 2:30 de la tarde, Ezequiel Flores, corresponsal de la revista Proceso en Guerrero, tenía más detalles. La misma fotografía que Azteca Noticias, así como otra del coche que fue la víctima y una más que mostraba el permiso bajo el cual circulaba el Aston Martin, y que, efectivamente, estaba sellado por la autoridad del municipio de Pilcaya. Asimismo, Flores trajo otro dato a la mesa: el Aston Martin estaba valuado en seis millones de pesos. Setenta y siete personas compartieron el tuit.

A las 3:05, El Sol de Acapulco, bajo la etiqueta “#VistoEnRedes”, afirmó que el coche valía 4.5 millones de pesos. Sin citar fuentes, repetía que el conductor era el alcalde. La noticia viajó de la Ciudad de México a Guerrero.

A las 3:26, Flores escribió una nota al respecto. La nota agregaba más información, aunque sin fuentes. En el cuerpo se podía leer: “trascendió que el conductor del Aston Martín que se retiró del lugar tras el accidente, es el actual alcalde priista de Pilcaya, Ellery Guadalupe Figueroa Macedo, quien el año pasado declaró públicamente que heredó una administración en quiebra financiera”. La segunda parte del párrafo era cierta: Figueroa declaró esta información. La primera sólo quedaba en un trascendido, o rumor.

Un minuto más tarde, Radio Fórmula publicó información muy similar a la de Flores, pero la atribuyó a Joaquín López Dóriga.

A las 4:00 de la tarde en punto, la noticia explotó. La cuenta de Twitter de Proceso, con 4.36 millones de seguidores, compartió la nota de Flores. Ochocientas treinta y nueve personas la replicaron, 364 la guardaron y 273 hicieron comentarios directos o menciones a la cuenta de la revista.

A las 4:07, Ricardo Mejía, coordinador de la bancada de Movimiento Ciudadano en el Congreso de Guerrero, compartía la nota con otra fuente: la agencia Quadratín. La fuente de Quadratín era “un reporte”.

A las 4:22, Javier López Díaz, conductor de radio en Estados Unidos con 643 000 seguidores recogió el reporte de Proceso. A las 4:28 MVS Radio tenía su propia nota, y agregaba que “de acuerdo con testigos”, el alcalde se dio a la fuga. A las 4:40, sin citar fuentes o notas, Óscar Mario Beteta, con 93 400 seguidores, difundió una versión similar.

A las 4:43, el periodista chilpancingueño Federico Sariñana tuiteó: “importante: Aston Martin abandonado en CdMx no es del alcalde de Pilcaya. En un momento más información…” Sólo dos personas compartieron el tuit.

En cambio, la noticia de Proceso y demás medios corrió como pólvora. A las 5:04, la cuenta verificada de Anonymous Hispano tenía su propia versión, firmada por Staff y que citaba el mismo reporte anónimo que las previas. Poco después diversos tuiteros compartieron estadísticas del municipio: 25% de población en pobreza extrema, 73% de pobreza. La historia era perfecta para la indignación: un político corrupto que roba a los pobres.

A las 6:19, la cuenta @AutosyMAS, con casi 100 000 seguidores, bautizó al alcalde como #LordAstonMartin, y pedía retuits para difundir la nota. A los 10 minutos el municipio emitió un comunicado con faltas de ortografía para negar que el alcalde fuera el conductor. El alcalde por su parte se enlazó por radio al programa de Carlos Loret y dijo que si se comprobaba que el coche era suyo, renunciaría.

A pesar del comunicado y las entrevistas —el alcalde haría ronda telefónica por los principales medios y noticieros del país esa noche—, la noticia se continuó regando. Al día siguiente, Alejandro Martí lo usaba de ejemplo de la corrupción nacional, y cifraba el costo del coche en casi seis millones de pesos. Fernanda Familiar, con 852 000 seguidores, escribió a las 12:09, más de 24 horas después de la primera nota: “¿Qué tal el Aston Martin con permiso a nombre del alcalde de Pilcaya, Guerrero, que chocó ayer en la madrugada? ¡Dicen que cuesta 6.5 mdp!” Cerró con un “dicen”.

Días más tarde, cuando la controversia —por no decir desinformación— disminuyó, un par de medios publicaron versiones más complejas y plausibles. En efecto el automóvil no pertenecía al alcalde, sino a un ciudadano privado. Tenía permiso de Pilcaya porque el municipio, para enfrentar la quiebra que vivía, encontró un negocio lucrativo: venta de permisos temporales a 128 agencias de ventas de coches. Según explicó el propio alcalde, el municipio emite un permiso temporal de 30 días en 205 pesos. Esos permisos se otorgan a gestores, que a su vez hacen negocio y los revenden a las agencias automotrices, quienes por su parte incrementan el precio al comprador final.

El 6 de abril, Proceso, que mantuvo la nota original en su sitio, presentaba una nueva, que aseguraba que en Pilcaya operaba una red de corrupción en la emisión de dichos permisos. La prueba de la supuesta corrupción era el pantallazo de un post de Facebook en el que una persona promocionaba servicios de gestoría para obtener permisos de circulación. La revista nunca desmintió su nota original, responsable de un revuelo en redes que llegó incluso al Twitter del corresponsal de uno de los periódicos más importantes del mundo.

Para el 8 de abril, Anonymous Hispano compartió la nota como una de las más leídas de su sitio, a pesar de ser desmentida. Otros, como ADN 40, entonces llamado Proyecto 40, re-formuló la nota en condicional, técnica periodística mexicana para no asumir responsabilidad. El tuit decía “El #AstonMartin que se estrelló en la CdMx, podría pertenecer al alcalde de #Pilcaya, Guerrero” (las cursivas son mías).

Para el 9 de abril los tuits sobre el alcalde disminuyeron notablemente, y para el 11 no hubo uno solo. La indignación duró cuatro días y después cayó en el olvido.

Mientras tanto, si alguien usa hoy la palabra “Pilcaya”, el primer recuerdo que evocará, en caso de que todavía exista la memoria, será un Aston Martin chocado, propiedad del alcalde que se hizo rico a costa de un municipio pobre.

***

Esteban Illades es editor y columnista. Su interés por las fake news lleva muchos años, pero se intensificó cuando cubrió la Convención Nacional Republicana de 2016, en la que se eligió a Donald Trump como candidato a la Presidencia de Estados Unidos. Desde entonces se ha dedicado a investigar el fenómeno e intentar desmentir las falsedades que día a día circulan por internet. Es autor de La noche más triste (Grijalbo / 2015), sobre la desaparición de 43 estudiantes normalistas en Iguala, Guerrero.


-Fragmento del libro Fake News. La nueva realidad /Grijalbo 2018, del editor y periodista Esteban Illiades, que reproducimos con la autorización de la editorial Grijalbo.

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